
A cualquier país en el mundo, lo peor que le puede ocurrir es ser víctima de una agresión militar extranjera. Nada se compara con la conversión del territorio de una nación, en un escenario de guerra con fuerzas externas. Nada, absolutamente nada de lo que se haya sufrido con gobierno ninguno, se parece ni remotamente al caos, la destrucción, la grave pérdida de vidas humanas y el inmenso sufrimiento, que resultan de las acciones militares contra cualquier país, y mucho peor si las fuerzas agresoras son inmensamente poderosas y son culturalmente distintas.
Y esta última es una diferencia importante con el caso de las guerras civiles, que también son inmensamente destructivas, pero no tienen el componente anti nacional presente en las invasiones. Las consecuencias son devastadoras para la nación agredida, para todos sus integrantes, absolutamente todos, estén o no involucrados directamente en los enfrentamientos.
Los ataques militares, incluso los puntuales o restringidos, tienen consecuencias desastrosas para quienes los sufren. Generan muertes, heridos y mutilados, en civiles y combatientes; destrucción de infraestructuras de servicios vitales, como los de electricidad y agua, pero también la desaparición inmediata de los servicios de suministro de alimentos y de medicamentos.
Hay desplazamientos caóticos de personas, que abandonan sus hogares y se hacen vulnerables a todas las carencias: al hambre, la violencia, las enfermedades, las violaciones sexuales, el secuestro y la esclavización.
Desorganización ciudadana total, daños severos de la salud física y mental, pérdida de bienes y la denigrante aparición del pillaje, de la explotación humana en sus máximos niveles y del ajuste de cuentas, entre personas o grupos, actividad criminal, que busca resolver violentamente deudas, venganzas o disputas, y que se suma al clima ya existente de violencia generalizada.
Como lo dije, no hay ninguna comparación con lo que se haya sufrido o se esté sufriendo, por lo que las referencias a amarguras y congojas existentes, a carencias vitales del presente, a violaciones incluso de DD HH, como fórmula de excusar y avalar cualquier agresión militar, que multiplicará enormemente lo ya sufrido y lo prolongará en el tiempo sin fecha límite de caducidad, no pasa de ser una burda manipulación criminal, contraria al interés de la nación agredida y favorecedora de las acciones del agresor interventor.
Ante lo que nos pasaría, a todos sin excepción, el Darién parecerá turismo de aventura, el hambre se convertirá en apetito, los cortes de luz en ahorro energético, la escasez de agua potable en conservación del vital líquido; las prisiones venezolanas parecerán centros de reeducación, ante los campos de concentración que las sustituirán. Y no habría ONU, Provea, OEA, Amnistía Internacional a quienes recurrir, como no las hay en El Salvador.
Y no invento nada, ni soy histriónico en este artículo, a pesar de que a los “pro invasión” no les guste y se revuelvan en su odio perverso, convulsionen y vomiten bilis negra, que no de otro color podrían vomitar. Lo digo porque estoy convencido de que ese sería el escenario resultante de una agresión militar, que, por supuesto dependerá de muchos factores, entre ellos, la unidad de los venezolanos, no en defensa de Maduro, sino de su nación, el terruño que los vio nacer, donde viven o vivieron.
Lo señalo sin miedo a que los “pro invasión” me incluyan en sus listas de asesinatos futuros, que ya elaboran con gran amplitud, revisando artículos de opinión, entrevistas de prensa, mensajes en Facebook y en x.com y fotos y videos, que les sirvan para descubrir alguna relación “ilícita”, que les permita usar su índice acusador cuando llegue el momento en que rescaten la democracia, el pluralismo, la tolerancia y el respeto de los DD HH, que tanto les han violado.
No quieren verse sorprendidos, como en otras ocasiones lo han sido, por la velocidad de los sucesos, pese a que llevan 25 años en esa tarea. Quieren actuar con suficiente anticipación, para que no se les vaya a pasar ninguno que no piense como ellos y que pueda quedar libre por ahí: “haciendo de las suyas”.
Y habrá otros, que desde la acera de enfrente se estarán preparando para defenderse de los nuevos adalides de la justicia, de los aliados del Capitán América, quienes vendrían de la mano de los agresores extranjeros. Y así entraremos en una espiral de violencia, que se desarrollará en forma interminable contra nosotros mismos y que terminará con el proyecto nacional que se inició hace más de 200 años, y que tanta sangre, muertes y sufrimientos han costado.
Espero y deseo fervientemente que nada de esto ocurra, pero hacer algo solo está en las manos de todos nosotros, las del Gobierno incluido, que son las que deben hacer más, pues gobierna.
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