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miércoles, octubre 22, 2025
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Ismael Montoya…Una tarea: dar doctrina

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En aquel tiempo, mucha gente buscaba al Señor, desde Galilea, Judea, Jerusalén, Idumea, Sidón y Tiro. Era gente muy necesitada que acudía a Cristo, y el Señor manda a sus discípulos que preparen una barca para poder hablarles desde ahí sin que la gente lo oprima.

El Señor los atiende porque tiene un corazón compasivo y misericordioso. En esa oportunidad sanó a muchos endemoniados y resucitó a muertos, pero no curó a todos los enfermos del mundo, porque este aspecto no es un mal absoluto, como el pecado.

El Señor les pidió a sus discípulos: “Enseñad a todas las gentes bautizándolos, y a guardar cuanto les he mandado, y que sepan que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Entonces, el Señor nos dejó el tesoro de su doctrina, que hoy está custodiada, sin error, por el magisterio de la Iglesia que salva, y también los sacramentos para que la gente se acerque a Jesús.

Ahora, en nuestras manos esté ese tesoro de la doctrina cristiana, para darla a tiempo y a destiempo. Es una tarea apremiante para todos los cristianos. Para dar la doctrina de Jesucristo es necesario tenerla en el entendimiento y en el corazón, meditándola y amándola, y cada uno, según sus hechos, talento, estudios y circunstancias, deben poner los medios para tenerla.

Para comenzar es necesario que todos conozcan bien el Catecismo, escrito muy importante para conocer la revelación. San Pablo dirá a sus amigos de Corinto: “Os entrego lo que recibí”. Una madre de familia, un estudiante, un empresario, una empleada de comercio.

Qué buenos altavoces tendría el Señor si nos decidiéramos todos los cristianos -cada uno en su sitio- a proclamar esta doctrina salvadora. Se trata de la difusión espontánea de esta doctrina: de familia a familia, entre compañeros de trabajo, entre vecinos, entre padres de un colegio, en los barrios, en los mercados, en la calle, en la universidad.

Toda la vida social sería una causa de una catequesis discreta y amable que penetraría lo más hondo de las costumbres de nuestra sociedad. Cómo conmoverán el corazón de Dios, esas madres que, sin tiempo, pero que pacientemente, explican las verdades del Catecismo a sus hijos.

Amar a Dios con obras significativas, en muchos casos, es dedicar el tiempo oportuno a esta formación. Cuidar la lectura espiritual, estar atentos a las charlas de formación, aprovechar los días de descanso originados en el mismo Cristo.

Ante tanta ignorancia acerca del Señor, Jesús nos ha constituido en «La sal de la tierra y luz del mundo», (Mt 5,14). Todo cristiano ha de participar en la tarea de formación cristiana, sentir la urgencia de evangelizar, que no es motivo de gloria, sino que se me impone, nadie puede desentenderse de este urgente quehacer.

Debemos vivir llenos de optimismo, alegría y paz. Pero para difundir la doctrina de Jesús, debemos empezar por pedir a Jesús que nos aumente la fe: «Haz que yo crea más, podemos usar ese himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino llamado «Adoro, te devoto», «creo todo lo que me ha dicho el Hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad».

Con una fe robustecida nos dispondremos a ser instrumentos en manos del Señor, porque solo la gracia de Dios puede mover la voluntad para recibir las verdades de la fe a las mentes oscurecidas por la ignorancia y el error.

Por eso, al querer atraer a alguno a la verdad cristiana, debemos primero acompañar este apostolado con una oración humilde y constante, además de ejecutar alguna mortificación o penitencia. Señor, acompáñanos a darte a conocer junto a Santa María. Que no desaprovechemos ninguna ocasión en la que podamos dar a conocer a tu hijo Jesucristo, que podamos ilusionar a muchos en esta tarea de difundir la verdad. Amén.

Leer también: La dignidad del ser humano

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