“El Señor es mi luz y mi salvación, a quien temeré», dice el Salmo responsorial, que es una confesión de fe en el Señor, que es la luz y seguridad en nuestra vida, porque en Cristo encontramos la fuerza necesaria para caminar en nuestra senda diaria.
Ahora bien, la humanidad caminó en tinieblas hasta que la luz brilló en este mundo cuando Jesús nació en Belén, envolviendo con su claridad a María, José y posteriormente a pastores y magos, y siguió iluminando a Nazaret hasta que Jesús comenzó su ministerio público desde Cafarnaúm.
San Mateo recoge la profecía de Isaías, que dice: ¡El mesías iluminaría toda la tierra!: ¡Cómo Sol, apenas amanecido, trae Jesús el resplandor de la verdad al mundo! y claridad sobrenatural a las inteligencias que no desean permanecer más en la ignorancia y el error! Isaías continuó: «El pueblo, que caminaba en tinieblas, vio una luz grande, habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acrecisteis la alegría, aumentasteis el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse la ganancia».
San Mateo añade que también los apóstoles recibieron esta luz, a quienes el Señor llamó mientras caminaba a orillas del lago de Galilea: «Simón y Andrés, y después Santiago y Juan», quienes dejaron sus redes y lo siguieron fascinados por la curiosa luz que resplandecía de él para iluminar sus vidas. Él se acerca a nuestra oscuridad y le da sentido a nuestro trabajo diario, al cansancio, a las penas y a las alegrías.
La vida de Jesús se parece al relato de un encuentro, estamos a veces en la oscuridad, y la luz está deseando traspasarla. Jesucristo llamó primero a unos hombres de Galilea, iluminó sus vidas, los ganó para su causa, pero les pidió una entrega sin condiciones. Los pescadores de Galilea salieron de una oscura existencia sin relieve ni horizonte y siguieron al maestro, como después lo harían otros que no han cesado de seguirle a lo largo de los siglos, hasta dar la vida por él incluyendo a nosotros.
El Señor nos llama ahora a que vayamos en post de él para que iluminemos la vida de la humanidad y sus actividades nobles con la luz de la fe, porque sabemos que el remedio para tantos males de la humanidad es la fe en Jesucristo, maestro y señor. Es muy importante porque la fe es luz en la inteligencia, y porque fuera de la fe están las tinieblas: oscuridad natural sobre la verdad sobrenatural, consecuencia del pecado.
Estas palabras llegarán al corazón de nuestros amigos, si antes ha llegado el ejemplo de nuestro actuar. La puntualidad a la hora de comenzar el trabajo, el aprovechamiento del tiempo, la fortaleza de no perder la serenidad a la hora de las dificultades y el ejercicio de todas las virtudes humanas propias del cristiano: optimismo, cordialidad, lealtad a la empresa, reciedumbre, sin ceder nunca a la crítica o murmuración. Para llevar la luz de la fe, necesitamos una muy buena formación, conocimiento del magisterio de la Iglesia, acerca de las cuestiones más actuales en función de nuestra profesión.
El Señor espera que cada discípulo suyo sea muy fiel a la verdad, con fortaleza y valentía, porque así ayudaremos a que muchos se replanteen su modo de actuar y su sentido de la vida. San Pablo dice a los cristianos de Corinto: ¡Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. Siempre chocará el mensaje de Cristo con una sociedad enferma por el materialismo y con una actitud ante la vida aburguesada y conformista. Debemos portarnos con fortaleza, es importante saber en nuestro ambiente: ¿Se nos conoce por esa coherencia de vida, ejemplos en el quehacer profesional, y ahora con la valentía que nos impulsa el Espíritu Santo, en nuestro ejercicio diario de las virtudes humanas y de las sobrenaturales, en la práctica de las obras de misericordia espirituales y corporales?
A todos nos llama el Señor para ser luz del mundo, y esta luz no puede quedar escondida, porque somos lámparas que han sido encendidas con la luz de la verdad.
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