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martes, noviembre 11, 2025
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Ismael Montoya…La dignidad del ser humano

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Un día sábado, iba Jesús atravesando un sembrado mientras sus discípulos cogían gavillas de trigo y se comían los granitos, entonces unos fariseos, que iban con ellos, se dirigieron a Jesús haciéndole ver que: ¡Sus discípulos no estaban respetando el día sábado!

Jesús, entonces, defendió a sus amigos y al propio descanso del sábado, haciéndoles ver a los fariseos:«¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre él y los que estaban con él? David entró a la casa de Dios en tiempos de Abiatar, sumo sacerdote, y comieron los panes de la proposición, reservados solo para los sacerdotes».

Jesús agregó: “El sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”. Y aprovechando la oportunidad les dijo: «El hijo del hombre es el Señor, y tiene poder hasta con el sábado, y todo está ordenado en función de Cristo hasta el día de descanso, el sábado”.

Ahora, las panelas de la proposición eran doce que, en Israel Abiatar demostró que Dios ha establecido un orden: «Los de menor rango, ceden su puesto ante los de mayor rango».

El Concilio Vaticano II, inspirado en este pasaje: “Observa y valoriza a la persona por encima del desarrollo económico y social. Después de Dios, el hombre es lo primero y la humanidad de Cristo ilumina nuestra vida, porque solo en Cristo conocemos el valor inconmensurable del hombre”.

En último término, la grandeza de la persona humana se deriva de la grandeza espiritual del alma humana, creada a «imagen y semejanza de Dios», pero, además, el hombre adquirió un valor nuevo, después que el Hijo de Dios, por su encarnación, diera su vida por todos los hombres. Por eso nos interesan todas las almas que nos rodean. Ninguna queda fuera del amor de Cristo.

La dignidad y el respeto inmenso, le es otorgada en el momento de su concepción y es fundamento del derecho a la inviolabilidad de su vida con veneración a la maternidad. La dignidad del hombre se funda en último término en que: “Es única realidad a la que Dios amó en el mismo momento, creándola a su imagen y semejanza, elevándola a su gracia, y hay un valor nuevo, después que Jesús se encarnara en nuestra naturaleza y diera su vida por todos los hombres. Por esta razón, nadie queda fuera del amor de Cristo.

La dignidad del ser humano: Es importante para juzgar los progresos de nuestra sociedad en el trabajo y la ciencia, y no al revés. Y se expresa en todo su quehacer personal y social, de modo particular en el trabajo, donde realiza y hace el mandato de su Creador, que lo sacó de la nada y lo puso en la tierra sin pecado, para que trabajara y le diera gloria.

Ahora, la Iglesia defiende la dignidad de la persona que trabaja y a la que se ofende cuando se la estima solo por lo que produce. Juan Pablo II dijo: “Valoran más la obra que al obrero”, (el objeto más que el sujeto que la realiza).

Entonces, lejos estaremos de una visión cristiana si mantenemos una visión «chata», pegada a la Tierra, porque los indicadores más importantes de la justicia social no son el volumen de la riqueza, su orden y distribución. Es necesario examinar si las estructuras, el funcionamiento en los ambientes de un sistema económico, comprometen la dignidad humana de los que trabajan ahí. Necesitamos tener presente que el criterio supremo en el uso de los bienes materiales debe ser el de facilitar y promover el perfeccionamiento espiritual de los seres humanos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural, comenzando con los que los producen.

La dignidad del trabajo se expresa con un salario justo, que es la base de toda justicia social, incluso en el caso de un contrato libre, aunque exista un excedente de mano de obra, que permita pagar salarios menores a lo establecido en los acuerdos contractuales, sería una ofensa al Creador.
Estos contratos libres tienen un derecho natural muy importante, que es «el propio mantenimiento del trabajador y su familia», muy por encima del derecho al libre contrato y, además, hay otra consecuencia lógica: «El deber de hacer bien nuestro trabajo». La pereza y el trabajo mal hecho atentan contra la justicia social.

La finalidad del desarrollo económico, no es el mero crecimiento de la producción, ni el lucro o el poder, sino el «servicio del hombre integral», considerando las necesidades del orden material, exigidas por la vida intelectual, moral, espiritual y religiosa. El largo camino para llegar a una sociedad justa, en la que la dignidad de la persona, hija de Dios, sea conocida y respetada, es tarea de los cristianos, y hombres de buena voluntad.

Leer también:Vida de Jesús de Nazaret

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