Después de un tiempo, Jesús volvió a Nazaret, su ciudad natal, donde lo esperaba su madre con mucha alegría, quizás fue la primera vez que sus apóstoles conocieron el lugar donde su maestro se había desarrollado desde su niñez. Ahí en casa de María repondrían sus fuerzas y Santa María tendría especiales atenciones para ellos.
En Nazaret todos conocen a Jesús por su oficio y por la familia a la que pertenece, por eso lo llamaban «El hijo del carpintero», porque tuvo la profesión de José que ya hacía años que había muerto.
Su familia, que custodiaba al mayor de los tesoros: el verbo encarnado, fue una más entre el vecindario, tomando parte en las bodas de Caná, se invitó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores, santificó las relaciones humanas, en especial las familiares, y llevó una vida idéntica a la de un obrero.
Jesús estuvo varios días en casa de su madre visitando parientes y conocidos. El sábado fue a enseñar a la Sinagoga, lugar donde la gente quedó sorprendida de que uno que construía muebles y aperos de labranza les hablaba con autoridad y sabiduría. Solo veían en él lo que habían visto durante 30 años y les cuesta trabajo descubrir al mesías detrás de esa forma normal de vida. Lo mismo ocurrió con Santa María, que como cualquiera ama de casa, con su modo de vestir sencillo, más o menos igual que todas las mujeres de esa región.
El taller de José era como todos los de esa región. Olía a limpio y a madera. José cobraba lo justo y construía mesas, armarios, arreglaba una mesa desajustada, una puerta caída y sus maderas no eran importadas, sino de los bosques vecinos.
Los habitantes de Nazaret se escandalizaron de él, pero Santa María no, porque ella sabía muy bien quién era Jesús y nos lleva a examinar si nuestra vida llena de trabajo y normalidad es camino de santidad, como lo fue la Sagrada Familia, ¿Procuramos llevarla con honradez, fe y sentido sobrenatural?
Ahora el señor manifestó conocer muy bien el mundo del trabajo, porque Jesús hizo su trabajo con perfección humana, acabando sus detalles con perfección profesional, y a nosotros nos enseña el valor del trabajo y de todas las tareas diarias.
Dios nos dará siempre la luz sobrenatural para imitar al Señor, buscando no solo cumplir, sino sobreabundar en abnegación y sacrificio con amor, debemos llegar al fondo con valentía, trabajando a conciencia, haciendo rendir el tiempo, sin dejarnos dominar por la pereza y mejorar día día, abrazando la cruz, la fatiga de la labor día a día.
El papa Juan Pablo II decía: “El hombre, a través del trabajo, participa en la obra de Dios”, y la gente decía: “¿De dónde sabe todas estas cosas?, ¿No es este el hijo del carpintero?”. Porque «todo cuanto hacéis de palabra o de obra, todo sea en el nombre del Señor, dando gracias a Dios».
La mayor parte de la vida del Redentor fue de trabajo como la de los demás hombres, siendo una tarea humana sencilla, como un carpintero que se convierte en una tarea de valor infinito y redentor al ser realizada por la segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre.
Entonces, el cansancio que todo trabajo lleva, consecuencia del «pecado original», adquiere un nuevo sentido. Lo que parecía un castigo es redimido por Cristo y se convierte en una mortificación gratísima a Dios, y sirve para purificar nuestros propios pecados y a corredimir con Jesús a la humanidad entera, diferencia notable entre el trabajo bien hecho de un pagano al de un cristiano que lo ofrece en unión a Cristo.
Acudamos a San José para que nos enseñe a trabajar bien y a amar nuestro quehacer, porque si amamos nuestro quehacer, podremos convertirlo en una tarea redentora al ofrecerlo a Dios.
Leer también: Una tarea: dar doctrina




