
San Marcos relata que cuando Jesús llegó al otro lado del lago de Genesaret, tierra de gentiles, al bajar de la barca, le salió al encuentro un endemoniado, que ante él postrado le gritaba: “¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, hijo de Dios altísimo? Te pido por Dios que no me atormentes”. Porque Jesús le dijo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Jesús le preguntó su nombre, el hombre contestó «Legión», porque somos muchos e insistió en que no lo expulsara de esa región. Ahora bien, cerca de ese lugar había una gran piara de cerdos. Entonces, la aparición de Jesús conlleva la derrota del grupo de Satanás y pone de relevo su poder redentor liberador de los males que los oprimen.
San Pedro dijo a Cornelio y a su familia: «pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído bajo el dominio de satanás». Aquí el demonio habla por boca de este hombre, quejándose que Jesús haya venido a destruir su «grupo en la Tierra», y le piden quedarse ahí entrando en los cerdos.
Quizás fue una forma de perjudicar y de alborotar en contra de Jesús. Sin embargo, el Señor accedió a la petición de los demonios. Entonces, la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar, donde cayó pereciendo en el mar. Los porqueros llevaron esta noticia a la ciudad, cuya gente fue a ver lo que había sucedido.
San Marcos dice que los cerdos que se ahogaron en el mar eran unos dos mil, gran pérdida para aquella gente por librar a uno de ellos del poder del demonio. Amigos, ¿no ofrece este hombre algún parecido a un tipo humano de nuestro tiempo? El alto costo de la piara de dos mil cerdos ahogados, sea el alto precio que tiene el rescate del hombre pagano contemporáneo.
La pobreza real de los cristianos quizás sea el valor que Dios haya fijado por el rescate del hombre de hoy. Y vale la pena pagarlo, porque un solo hombre vale mucho más que dos mil cerdos o que todo el mundo creado con sus maravillas. A causa de esta situación, los habitantes de esa zona pidieron al Señor Jesús y a sus apóstoles que se marcharan de este sector de Israel, cosa que Jesús hizo de inmediato.
Entonces, la presencia de Jesús en nuestras vidas puede significar, quizás perder algún buen negocio, porque no es todo limpio o por no poder competir con otros colegas con medios ilícitos o porque el Señor desea que ganemos su corazón con nuestra pobreza cristiana real que señala la primacía de lo espiritual sobre lo material.
Queridos amigos, que no se nos ocurrirá jamás la aberración de decir al Señor Jesús que se aleje de nuestra vida, porque por manifestarnos como cristianos perdamos algún cargo público o un puesto de trabajo, o un perjuicio material de cualquier tipo, muy al contrario, debemos decirle al Señor las palabras que el sacerdote pronuncia, antes de la comunión en la misa: “¡Has que cumpla siempre tus mandatos y no permitas que me separe nunca de ti!”, porque es preferible estar con Cristo sin nada, que estar sin él y tener todos los tesoros del mundo.
Todas las cosas de la Tierra son medios para acercarnos a Dios, si no sirven para esto, no sirven para nada. Amigo, si destierras a Jesús de ti y lo pierdes, ¿a dónde irás? Perderás mucho, esta vida y todas las otras.
Los primeros cristianos prefirieron el martirio antes de perder a Cristo. Hoy la prisión, campos de concentración o trabajos forzados, se han unido a otras penas menos llamativas, ya no es la muerte sangrienta, sino una especie de muerte civil, es una restricción permanente de la libertad personal o discriminación social: ¿Seremos capaces de perder el honor o fortuna a cambio de permanecer con Cristo?
San Juan Crisóstomo comenta: «Entre esas personas, había mucha gente necia, porque en vez de haberse postrado, admirando el poder de Jesús, le enviaron un recado suplicándole que se fuera de sus tierras. Jesús fue a visitarlos y no supieron comprender quién estaba ahí, a pesar de los prodigios que había hecho.
Esta fue la mayor necesidad de esta gente, no reconocer a Jesús. El Señor pasa cerca de nuestra vida todos los días, pero si tenemos el corazón apegado a las cosas materiales no le reconoceremos y hay muchas formas sutiles de decirle que se vaya de nuestros dominios en nuestra vida, porque nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo.
No podéis servir a Dios y a las riquezas. Conocemos, por propia experiencia, el peligro de servir a los bienes terrenales con deseos desordenados de mayores bienes, caprichos, comodidades, lujos o gastos innecesarios, etc. Y vemos también lo que ocurre a nuestros lados.
Mucha gente parece guiarse por la economía, terminando con cierto «espíritu materialista”. Piensan que su felicidad está en los bienes materiales. Nosotros debemos estar desprendidos de todo lo que tenemos, así sabremos utilizar los bienes de la Tierra conforme a lo dispuesto por Dios.
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