
Ya no es noticia, ya hace parte de nuestra rutina, la Inteligencia Artificial (IA) sigue su indetenible avance, copando todos los espacios del pensamiento y del sentimiento humano, viaja a un ritmo tan vertiginoso que supera la capacidad de todo lo que en su rango le precede, y estos cambios, por supuesto, afectan el principal pilar de la sociedad, la educación.
Su existencia y su uso no se pueden ignorar ni esquivar, sus alumnos la utilizan, los maestros ya lo saben, así lo evidencian sus tareas y trabajos post casa. Los jóvenes se convierten en los grandes exploradores, se internan con entusiasmo y cautela en la inmensidad de la jungla tecnológica en busca del nuevo “dorado” de la IA.
Los planes y programas de estudio serán replanteados conforme a las nuevas exigencias laborales, de tal forma que lo que antes era novedoso, hoy ya no lo es. La llegada de la era digital y la IA, los han relegado al olvido. Hoy, nuevos desafíos nos obligan a asumir nuevas estrategias.
Los conocimientos que impartieron seguirán siendo fundamentales, pero la forma y la metodología para acceder a ellos, serán distintos, más rápidos, más fáciles de entender y comprender, y a la vez más relajante y emocionante.
Los educadores serán más atrevidos, más temerarios ante la IA, pues esta no dará tregua, no hay plan B, lo cual no les extraña porque siempre han estado a la ofensiva. Estos cambios también impactan en los educandos, ellos ya no tragan entero, al merodear avanzan con cautela en sus pesquisas, la curiosidad los atrae, ahora mastican más despacio los conocimientos y los digieren prontamente.
Los maestros hacen una pausa en su discurrir, hablan con sus alumnos de las nuevas tecnologías que llegan a las aulas, se las presentan dejándolos encantados, les comentan sus beneficios y sus limitaciones, haciéndoles énfasis en detalles relevantes como la honestidad y la ética al momento de hacer uso de sus herramientas, instándolos a adoptarla con mesura y meticulosidad.
Llevados de la mano magistral de sus maestros, acceden a los requerimientos señalados, dejan la pereza, la desidia, el engaño y se internan en la búsqueda de su rico bagaje. Usan la IA como un complemento educativo cual brújula, siendo ellos el timonel que decide al cuestionarla ¿qué nos propone la IA?, ¿qué es útil y qué no de lo que me aporta?, ¿dónde se equivoca?, ¿qué sugerencia le damos? Y aquí es válido recordar los señalamientos que al respecto hace Serge Haroche, premio Nobel de Física: “La IA no es inteligente, es una máquina, si te preocupa, desenchúfala. ¡Eh, ahí la clave!
Siguen pistas en su búsqueda, pero avanzan por sí solos, sin comprometer sus capacidades cognitivas, no rehúyen su influjo, no se plegan caprichosamente a sus encantos, la toman a manera de un punto de apoyo, no gustan del facilismo, pues saben que no es bueno sacar la máxima nota sin saber nada.
No podemos dejar que la IA, al conocerla, siempre decida por nosotros la creatividad y el conocimiento se atrofian, la escuela tiene la responsabilidad de contrarrestar la inercia estimulando la escritura, el debate, el análisis y la producción propia.
El profesor se obliga a generar “encuentros colectivos” donde se discuta, se argumente y se compare, y, al hacerlo, valida sus aplicaciones. La IA está tocando a sus puertas y los centros educativos las abren de par en par, no habrá espacio para más nada, el docente será otro, mejor preparado, más atrevido, más audaz y consecuente con el desarrollo del educando.
El gran desafío de la escuela no está en prohibir o celebrar ingenuamente la IA, sino enseñarle a las nuevas generaciones a pensar con ella, contra ella y más allá de ella, solo así podrá garantizar que la tecnología potencie la inteligencia humana, en lugar de adormecerla.
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