¡No juegues con tierra! Era el grito destemplado y casi cotidiano con que nuestra madre nos conminaba a dejar de jugar con tierra. Solíamos hacerlo en los patios caseros, en parques, con tierra humedecida haciendo con ella bolitas y figuras de barro, estrujando y moldeándolas entre nuestros dedos y manos, suspendiéndola al tercer grito maternal cuando divisábamos el fuete que blandía nuestra madre.
Este escenario tan común por lo repetitivo en nuestras regiones y que a lo mejor aún se repiten, los puso en contacto por vez primera con el suelo, el mágico recurso natural, dador y sostenedor de vida.
Esos momentos fueron únicos e irrepetibles, accionaron nuestros sentidos al contacto con la tierra. Al manipular el barro así formado, desarrollaron habilidades y destrezas descubriendo uno a uno y de manera empírica las características que le dan forma y cuerpo al suelo, apreciando la adhesión, la plasticidad y la cohesión, identificando la arena por su aspereza, el limo por su sedosa suavidad y la arcilla por su plasticidad al adoptar formas, al igual que los variados colores que ostentan y los distinguen.
Ya adultos, recordarán aquellos momentos, entendiendo y comprendiendo el valor inestimable que entraña el mundo de los suelos que hoy, sujetos a una alarmante degradación, claman y lanzan un SOS por su supervivencia, clamor que ha sido recogido al otro lado del mundo por la CEE (Comunidad Económica Europea).
Se ha filtrado al fin una luz al aparecer una ruta confiable y relevante para el manejo y cuidado sostenido de los suelos, siendo esta quizás una de las más viables para salvar al suelo de su degradación total.
De manera ejemplar, la CEE ha salido en su auxilio desde el viejo continente lanzando un estratégico plan extensivo al 2050, planean su cuidado a través de varias alternativas como la “ley de vigilancia del suelo”, que busca restaurar y proteger todos los suelos para combatir la degradación y pérdida de la biodiversidad y la desertificación.
Asimismo, se podría mantener la salud del suelo, promoviendo la restauración y la protección de los suelos superficiales y reduciendo la contaminación a niveles no perjudiciales.
El riesgo de su desaparición ya es evidente, los reportes de mayor credibilidad apuntan que anualmente se pierden millones de toneladas de suelo por concepto de erosión de los mismos, la pérdida de materia orgánica, la contaminación, la pérdida de la biodiversidad, la salinización, el sellado y la compactación como consecuencia de la gestión y el uso insostenible del suelo, la sobreexplotación y las emisiones contaminantes.
La era actual, marcada por la imperiosa necesidad de mantener la soberanía alimentaria, da cuenta de que los suelos “no son de particulares, son un recurso de todos”, por tal razón, su cuidado se torna obligatorio a los fines de mantener la continuidad humana.
En definitiva, para quienes aman la vida y vislumbran un futuro promisorio hecho presente, cualquier alternativa es válida, una cruzada precedida de una gran audiencia bajo la consigna de todos a una por el suelo está lograría incrementar y crear conciencia conservacionista al promover entre sus acciones favorables, el fomento desde las escuelas del amor por los suelos mediante la exploración, transformando ese gusto por la tierra en una especie de juego por la vida, con jóvenes coleccionando suelos a manera de un álbum edafológico similar a cajas entomológicas, hablando de ellos, formando clubes de “amigos del suelo”.
En un contexto más profesional, comprometiendo la participación particular y estadal en planes que garanticen el monitoreo constante de la salud del suelo, con visitas guiadas al campo, motivando y compensando a los eternos cuidadores de los suelos, sus labradores, promoviendo los exámenes de suelos. Si otros ya lo hacen al otro lado del mundo, nosotros también en nuestro terruño. ¡Juguemos con tierra para salvar los suelos!
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