
El mercantilismo, más que una mera teoría económica, fue un sistema de pensamiento y práctica política dominante en Europa desde el siglo XVI hasta el XVIII. Si bien a menudo se discute en el contexto de la acumulación de riqueza, su esencia más profunda reside en su naturaleza intrínsecamente política: la creencia de que el poder del Estado dependía directamente de su prosperidad económica.
En este artículo de opinión exploraremos sobre el mercantilismo político, examinando sus principios fundamentales, sus manifestaciones y su legado duradero en la configuración del Estado-nación moderno.
En el corazón del mercantilismo político yacía la convicción de que la riqueza mundial era finita y que, por lo tanto, la prosperidad de una nación se lograba a expensas de otra. Esta visión de suma cero, impulsó a los Estados a implementar políticas agresivas destinadas a maximizar sus propias reservas de metales preciosos, principalmente oro y plata, considerados la encarnación última de la riqueza.
Para lograr este objetivo, los gobiernos mercantilistas buscaron activamente una balanza comercial favorable, exportando más de lo que importaban. Esta mentalidad, a menudo referida como «bullionismo», era la manifestación más directa del vínculo entre economía y poder político: un tesoro real abundante que financiaba los ejércitos más grandes, flotas más potentes y una influencia diplomática más extendida.
Las herramientas empleadas por el mercantilismo político eran variadas y multifacéticas. Los Estados promovieron activamente las industrias nacionales a través de subsidios, monopolios y protecciones arancelarias contra las importaciones extranjeras. La producción de bienes manufacturados, especialmente aquellos que podían ser exportados o que reducían la dependencia de importaciones, era vista como crucial.
Paralelamente, se fomentaba la adquisición de colonias, no solo como fuentes de materias primas baratas, sino también como mercados cautivos para los productos de la metrópoli. La navegación y el comercio marítimo eran considerados pilares de la fuerza nacional, lo que llevó a la creación de grandes flotas mercantes y navales, así como a la promulgación de leyes de navegación que restringían el comercio a barcos nacionales.
Ejemplos claros de esta política se encuentran en las actas de navegación británicas o las políticas coloniales de España y Portugal. La implementación de estas políticas requirió un Estado fuerte y centralizado, capaz de intervenir extensamente en la economía.
El mercantilismo, por lo tanto, fue un catalizador para el fortalecimiento del poder monárquico y el desarrollo de burocracias estatales. Los monarcas absolutistas, como Luis XIV en Francia con su ministro Jean-Baptiste Colbert, o los Tudor y Estuardo en Inglaterra, encontraron en el mercantilismo una justificación ideológica para su autoridad. La prosperidad económica, supuestamente, gestionada por el Estado, se convertía en una fuente de legitimidad y capacidad para financiar las ambiciones dinásticas y la consolidación del poder interno.
Sin embargo, el mercantilismo político no estuvo exento de críticas y contradicciones. Si bien buscaba la prosperidad nacional, a menudo lo hacía a expensas de la población en general, que sufría los efectos de los monopolios y los altos precios. Las políticas proteccionistas también generaron fricciones y guerras comerciales entre las potencias europeas, demostrando que la búsqueda de poder a través de la riqueza tenía un costo considerable en términos de conflicto internacional.
Filósofos de la Ilustración como Adam Smith, en su obra «La Riqueza de las Naciones», criticaron duramente las restricciones y monopolios mercantilistas, argumentando que la verdadera riqueza de las naciones residía en la libertad de comercio y la especialización.
A pesar de sus eventuales limitaciones y su declive con el ascenso del liberalismo económico, el legado del mercantilismo político es innegable. Contribuyó significativamente a la formación de los Estados-nación modernos, al fomentar la cohesión económica interna y la conciencia de los intereses nacionales.
Sentó las bases para el desarrollo industrial y la expansión colonial, y su énfasis en la balanza comercial y la competitividad internacional sigue resonando en el debate económico contemporáneo. Aunque la idea de una cantidad finita de riqueza ha sido refutada, la interconexión entre el poder económico y la influencia geopolítica, una de las principales premisas del mercantilismo, permanece como una verdad fundamental en el escenario mundial actual.
En conclusión, el mercantilismo político fue un paradigma complejo que entrelazó la economía con la política en una búsqueda implacable de poder estatal. Sus políticas, centradas en la acumulación de riqueza a través del control estatal y la promoción del comercio exterior, moldearon la Europa moderna y sentaron las bases para el capitalismo global. Aunque sus métodos fueron eventualmente superados por nuevas ideas económicas, la idea central de que la fuerza de una nación está inextricablemente ligada a su prosperidad económica sigue siendo una fuerza motriz en la política internacional. Hasta otro «Con Hidalgía».
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