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lunes, diciembre 8, 2025
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Cien años de mi madre

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Miguel, monaguillo, sacristán, criado del Sacerdote: Francisco Corell, párroco de Guama. También fue joven chofer, mecánico, jefe civil de Guama, mecánico de nuevo, concejal y volvió a ser mecánico. Le tocó vivir en dictadura, democracia, dictadura y de nuevo democracia. Falleció cuando el país tenía democracia.

Creo que fue el prototipo del ciudadano de su época. Fue un gran trabajador, fue un buen esposo, padre de familia, amigo, buen amigo y por sobre todas las cosas, honesto y hombre de fe. Murió en la paz de su hogar. A sus descendientes, les dejó su patrimonio moral y un buen nombre.

Ella fue una muchacha humilde de pueblo, de aquella Venezuela rural, no petrolera. Casó con él que era viudo con nueve hijos y de esa unión, nacimos nueve más. Es decir, 18 hijos. Tenían Clara concepción de lo que es una familia, criaron unidos estos hijos de dos madres y un solo padre. Comenzó atendiendo el hogar, desempeñó con dignidad y amor sus funciones de esposa y madre. Luego, fue maestra y prestó su servicio como tal en Faldriquera, Campo Nuevo y Los Chucos, comunidades estas que pertenecían al antiguo distrito Sucre del estado Yaracuy, hoy municipio Sucre.

La vida de ella transcurrió entre su casa, su familia, sus alumnos y por supuesto, los institutos educacionales donde prestó servicios educativos.

Los últimos años de su vida, ya jubilada, los dedicó a su esposo, a sus hijos, a su hogar. Era una enamorada de su jardín, adoraba sus matas, las cuidaba como hijas. La recuerdo limpiando las amplias hojas de uña de danta para que estas lucieran brillantes. La recuerdo, limpiando aquellos pisos de cemento y logrando de ellos un brillo particular del que se sentía orgullosa, sobre todo cuándo alguien llegaba a su casa y soltaba el cumplido aquel de: ¡Qué piso tan brillante!. Eso motivaba un inmediato ¿Desea tomar un café?. La recuerdo, tarareando una dulce melodía que repetía y repetía mientras laboraba en la casa. Años después, volví a escucharla y evoqué aquella época, a mi santa madre y supe que se llamaba “Himno al amor” que interpretaba el Gorrión de París, la única: Edith Piaf.

Siempre estuvo a nuestro lado, no existió un día en que no recibiéramos nuestra dosis de cariño y comprensión que repartía con dulzura a partes iguales. No existió un día en que sus tiernas manos y boca, no ofrecieran su ternura maternal, y el consejo oportuno y comprensivo, sobre todo en esa etapa en que se estaba desarrollando nuestra personalidad.

Se contaba con ella en los momentos alegres, en los tristes, en los difíciles, cuando algo salía mal y en las situaciones embarazosas que requerían la existencia y presencia de una madre.

Dedico gran parte de estas palabras a ella, es decir, a mi madre pues, el pasado 25 de noviembre, se cumplieron 100 años de su nacimiento.

Doy gracias a Dios por su existencia. Doy gracias a Dios por haber sido su hijo. Doy gracias a Dios por haberla tenido siempre cerca. Doy gracias a Dios por haber sido receptor de su amor y protección. Doy gracias a Dios por lo que soy !Gracias

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