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jueves, mayo 29, 2025
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Notas desde Farriar…  Francisco de Miranda en la llama de una vela

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De don Francisco de Miranda se han escrito algunas que otras páginas memorables, sobre todo de aquellos que no entendieron su relevancia histórica, y hoy lo catalogan como el precursor, el héroe más incómodo de nuestra lucha independentista, del más complejo, del más universal, de tal vez el único paladín postmodernista que ha dado América Latina; por lo tanto, un hombre que tiene una vigencia difícil de hallar en otros patriotas que demandaron sus mismos pasos. Y es que el mejor espíritu mirandino, es totalmente quijotesco.

Cuando Napoleón Bonaparte, antes de verse tentado a completar la obra de los jacobinos y reducir al silencio la garganta del incómodo Miranda, quiso dar una síntesis del héroe, dijo: “El general Miranda es como el Quijote, pero con una diferencia, no está loco”.

Napoleón Bonaparte estaba equivocado. Miranda estaba loco. Cuando su pequeño ejército trató de invadir Coro, su divina locura era de la misma catadura desaforada que la del Libertador cuando proclamó: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

Debemos nosotros interpretar a Miranda, a Bolívar y a otros héroes de la Independencia en forma crítica, en la discusión y en la polémica, e incluso, al intercambio de golpes. Pues, como decía Bertolt Brecht, prefiero los golpes al aburrimiento, porque el aburrimiento es lo peor de todo. Miranda tiene que ser conocido en toda su grandeza, y con todos sus errores.

El Libertador Simón Bolívar en su manifiesto de Cartagena de diciembre de 1812, escasos meses después del apresamiento de don Francisco de Miranda en La Guaira, pronunció palabras bellas y terribles sobre quienes primero soñaron con nuestra emancipación.

Decía Bolívar: “Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios, que imaginándose repúblicas aéreas han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano, de manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados”.

En cierta forma, el Libertador aludía a don Francisco de Miranda. Pero en su anatema, estaba también el germen del reconocimiento al precursor. ¿Qué otras cosas pudo hacer don Francisco de Miranda en sus 40 bíblicos años de vagabundear por el desierto europeo, sino imaginar la república de los sueños?, ¿Y qué otra alternativa si no soñar se le ofrecía a un general de hombres libres que veía frente a sí a un pueblo que no podía soñar porque estaba dormitando en una cuna mecida por los brazos gemelos del absolutismo español y de la inquisición?

El sueño de Miranda, el quijotesco sueño de Miranda, fue lo único que nos permitió abrir los ojos al ancho mundo donde relumbraban las ideas. Sin Miranda es imposible soñar con nuestra independencia como una obra magna.

Sin las ideas del precursor, el magnífico sueño de la unidad latinoamericana que soñó Bolívar sería imposible de concebir. El Bolívar, que criticó a los visionarios, concluyó contagiado por el optimismo de Miranda cuando quiso que una sola república soberana, digna y poderosa, se extendiera desde México hasta la Patagonia.

Allí fue Bolívar el filósofo en vez del jefe, allí fue él quien confundió la dialéctica con la táctica; fue en esa ocasión que se graduó de sofista, no de soldado. Ese fue el Bolívar del sueño americano, al Miranda que quiso crear nuestra república de los sueños, que en su enorme locura armó la expedición a Coro. Esto en 1806, con más de 100 soldados, intentando liberar la patria americana cuando el pueblo que venía a sacar del yugo parecía sumido en el sueño eterno.

No olvidemos que esa expedición se hizo mucho antes que Napoleón Bonaparte, el secretario de la razón universal, como lo llamó Hegel. Sin el sueño de Miranda, no hubiésemos podido tener el sueño de Bolívar. Sin la grandeza soñadora de Miranda, tal vez Bolívar hubiera sido un gran soldado o posiblemente un gran político.

Pero no hubiera sido el visionario que creó ejércitos de la nada, que en el cruce de los Andes multiplicó por diez la hazaña del paso de los Alpes por parte de Aníbal, que según el admirado reconocimiento de uno de sus enemigos, era mucho más peligroso vencido que vencedor.

Miranda demostró que en la empresa por reconquistar nuestra soberanía no cabían las mentalidades parroquiales. Y Bolívar abrevó, y si en un siglo y medio después, esa lección no se ha aprendido, si los triunfadores en nuestra América son los realistas y no los utópicos, y si nos gobiernan hombres con ojos abiertos, y no los soñadores. ¿Acaso eso invalida el sueño de Miranda, el delirio de Bolívar? No, tal vez haya que continuar esos sueños con el ejemplo de Gramsci: Ser pesimista con la inteligencia, pero optimista con la voluntad.

Es que la historia será siempre un mito, porque en ella se refugia lo que el hombre tiene de soñador y enamorado. No se hace historia sin una leyenda, porque el hombre siempre será una criatura tormentosa y fantaseadora. Quienes reducen la historia a las leyes de la dialéctica sirven para profesores, pero jamás serán caudillos.

La América Latina sigue siendo la patria del Quijote que por siempre poblará la historia de héroes y de mártires, ningún otro continente ha vertido más sangre generosa y creadora. A don Francisco de Miranda le pasa con América como a esos amores que nacen en silencio y con lentitud, pero al madurar avasallan con fuerza de tempestad el alma del hombre.    

El precursor Miranda, el Libertador Bolívar, esos quijotescos héroes, nos enseñaron el valor de la desmesura, a tomar el cielo por asalto. Si nos privan de esas ilusiones, ¿Qué queda si no la resignación? Miranda, es ejemplo histórico irreverente, hombre de sueños, de utopías para una sociedad que sigue siendo decadente y putrefacta, pero hay que retomar su legado para quienes no están corrompidos, para quienes no están aniquilados por el hastío, la desmoralización, la molicie, el dogma y el fanatismo político.

Es hora, ya que don Francisco de Miranda, general de los ejércitos de la república francesa, general de hombres libres, generalísimo de nuestro primer ejército republicano, héroe y mártir de nuestra lucha por la independencia, precursor de una pléyade de queridos, vigentes, insepulto muertos descanse finalmente en suelo consagrado y cese en su vagabundeo de 250 años y encuentre por fin su merecido descanso en esta tierra tantas veces prometida.

Leer también: Crónica de una película malvada

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