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sábado, abril 12, 2025
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Notas desde Farriar… Una despedida en plenilunio

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La voz desgarrada y melancólica de Jorge Guerrero se oía tocada por el viento más allá del infinito en los acordes altos y bajos del arpa en este pasaje de alto vuelo, que se traduce en un poema cantado, que el simplemente título “Mi testamento”, une una especie de despedida festiva, en la cual su preocupación y su angustia ontológica, es esa temporalidad que en torno a la brevedad lo hostiga y lo hiere sin cesar.

Será ello el inacabable dilema humano, la presencia eterna de la muerte que no cesa de atormentarlo, y la fugacidad de ese segundo de vida.

En la estructura de esta canción inervaría la métrica, que se transfigura en unidades vivientes, por eso, al final de cada estrofa eleva su voz almática hacia el centro de un universo donde la llanura es llevada y traída con su canto humilde que acelera el recuerdo, y todo el paisaje llanero susurra para traernos evadidas tristezas que flotan en el arco del bajo.

Dentro de la historia del canto popular del llano venezolano, Jorge Guerrero alcanza en los últimos años un prestigio y una resonancia que no han tenido otros cantantes de parecida jerarquía. Esto se explica, en parte, por el sentido de audaz transformación de su talento que es portador, pero también por esa calidad polémica que distinguen sus composiciones y su presencia.

Desde entonces, no se ha podido prescindir de la potencia de sus versos, el latido vital de las palabras o la actitud reflexiva que rescata lo sustantivo sobre lo accesorio. Lo es, sobre todo, por la musicalidad de sus versos, como por la expresiva fuerza plástica del lenguaje que le sirve de apoyo, y este cantautor es capaz de expresar con su arte los secretos más profundos del alma de su pueblo.

Su voz almática parece volar sobre las cuerdas del arpa reclinada mágicamente sobre su corazón, así apretados uno contra el otro, el hombre y el arpa, van desgranando tiernamente, jubilosamente sin descanso, querella tras querella, arpegio tras arpegio y el público interrumpe el pasaje para escuchar la sensibilidad del cantante.

El tono rítmico – melódico de “Mi testamento” amplía el uso de la variación métrica, así como la querencia persistente de la metáfora, la plasticidad del verso y la ruptura de la realidad expresiva aunado a la cuadratura donde la llanura abre sus alas, grandes y esplendorosas para volar, cuando los sentidos embriagados se abren como flores tropicales y aspiran a la voluptuosidad o la agonía de ver, de vivir, de ser con todas sus fuerzas multiplicada por el ímpetu de una hipersensibilidad vibrátil como la cuerda tensa de un violín.

Pero he aquí que el tono cambia, de pronto irrumpe con nuevos acordes y el poema cantado empieza a brillar como una vivida lumbre:

Mi testamento

Cuando mi nombre se borre,

De la memoria del pueblo

Y la interne en el olvido,

Será el viento que me nombre

Entre las ramas del cedro

En los palmares floridos.

Cuando se apague mi voz,

De los parrandos llaneros

Y aparatos de sonido,

Eso lo decide es Dios

Que sean o no pasajeros,

Los ramalazos que escribo.

Lo importante es lo feliz,

Que en esta llanura he sido,

Entre parrandas y amores,

Entre alegrías y dolores

Pero nunca resentido,

Sin fallarle a mis labores

Pa’ lante y agradecido.

Mi canto le da el matiz,

A todo lo que he vivido

Y hay que ver y comprender

Lo que hasta hoy desde el ayer,

He ganado y he perdido

Lo que falta recorrer

Lo dado y lo recibido.

Alcaraván sabanero

No me dejes solitario

Si me encuentras afligido,

No se sabes si “El Guerrero”

Anda sufriendo un calvario

Con un guayabo escondido.

Brisita fresca del llano

Que vienes de los esteros

Dale aliento a mis sentidos,

Para seguir de baquiano

Con un mensaje llanero

Que, aunque humilde deja ruido.

En esta llanura queda

Parte de mi recorrido,

Pues quiero que mi final

Sea en este suelo natal,

Donde tanto he compartido.

Brindando mi recital

A mi público querido.

Ojalá Dios me conceda,

El gran deseo que le pido,

Marcharme en un plenilunio

Y a la hora de mi infortunio,

Ya en el último latido

Las tardes grises de junio

Suenen y yo me despido.

Y recuerdo el viaje que hice con mi familia desde Farriar (La Comarca) hacia San Fernando de Apure, nos acompañó el paisaje, arrozales, luminosos esteros y una majestuosa represa como queriendo decir que el origen de la vida se encuentra en el agua, y todo el trayecto se hizo gozoso bajo el influjo de los vapores etílicos.

Ya en San Fernando la noche salvadora se hizo cómplice con el poeta Felipe Rojas, cuando llegamos a una mágica taberna jubilosa, dionisiaca y venusina llena de autentica vida, donde la barra fiel nos dio cobijo como si fuera un presente eterno, nada ficticio, en la espumante levadura, y en esas esmeraldas diluidas nos dio la embriagues de un sueño, que nos brindó el encanto de ese pueblo con las ganas de volver algún día.

Lea también: Notas desde Farriar… Un entierro perfecto

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