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miércoles, marzo 19, 2025
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Trago Amargo… La debilidad de las democracias

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Actualmente, algunos científicos de la estadística, -sí, se puede someter la política a análisis de datos-, coinciden en que la democracia y sus votaciones simples y directas tienden a generar, con el tiempo, problemas en las sociedades que las practican, y eso se trata en lo general por la imposición de un totalitarismo numérico electoral. El que gane, por lo que gane, se lo lleva todo, ignorando los puntos de vista diversos o contrapuestos que pudieron haber surgido de cada acto electoral. El teorema es simple: preguntemos a un salón de cien personas si desean comer pollo, carne, cerdo o pescado. El asunto es que la cocina solo puede preparar un tipo de plato, y aquí comienza el dilema.

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Se entiende que una sociedad no puede, ni recreando a Utopía, tener todo lo que desea. El ser humano tampoco puede tener todo, ni aun ostentando la mayor de las libertades, ya que su libertad puede colisionar con la libertad de otro individuo. Por ello, la convivencia social es en realidad un pacto político, hasta en los términos de la relatividad.

El compendio de ese pacto político lo encontramos en el sistema que dicha sociedad ha escogido para el ejercicio del poder y la representatividad, su tesis política, su forma de gobierno y la manera de hacerlo efectivo.

El teorema que nos ocupa recrea con simpleza y precisión el problema en cuanto a lo numérico. Si de las cien personas veintiséis seleccionaron carne y todos los demás una opción diferente, se impone la carne, aunque al menos dos opciones hayan obtenido veinticinco votos o veinticuatro la restante.

Pensar que por la concurrencia de una persona más en la preferencia carne se puede imponer un criterio a tres veces la misma cantidad de personas con criterios diferentes, puede ser cualquier cosa, menos democrático. En su perfeccionamiento, han surgido dos vertientes como respuesta, la mayoría absoluta y el parlamentarismo.

La mayoría absoluta es el criterio numérico de 50 % +1 de los votos, es decir, es la verdadera mayoría, y no la “mayor minoría”, la que selecciona la opción definitiva. Las sociedades que han adoptado este criterio, lo aplican con sistemas que en lo general contemplan la segunda vuelta, una forma de blindar que la mayoría sea en verdad mayoría.

La segunda vuelta garantiza que las dos opciones más votadas, aún sin llegar al 50 % + 1 de los votos, se decanten entre lo que más ha seleccionado la población electoral, sin que haya menoscabo de la posibilidad de seleccionar. Lo que tengan opciones distintas pudieran abstenerse, pero bajo el criterio consciente de que las opciones que se mantengan en contienda no les representan, y no que ninguna de las posibles les haya representado. El problema viene cuando esa segunda vuelta equivale a la aniquilación política de todas las opciones vencidas o no seleccionadas.

Sobre el parlamentarismo, hay mucho que debatir. Se seleccionan diputados por circuitos electorales. Estos diputados escogen, en nombre de la sociedad y porque así ha sido delegado, a quien va a regir el destino de todos, generalmente presentado como la primera opción de todos los listados de diputados. Se forma gobierno por mayoría simple de los diputados, el mismo 50 % + 1, ejercido de forma indirecta.

No obstante, ejemplos como el de España, Francia, Alemania o Canadá hacen pensar en el agotamiento del modelo parlamentarista, ni decir de los ingleses.

Por ejemplo, Pedro Sánchez, presidente de España, no fue electo presidente por el pueblo español, o por su mayoría. Es una alianza de su partido (PSOE) junto con partidos minoritarios, lo que le permite ejercer un gobierno hoy en entredicho.

La anterior coalición socialista alemana no pudo formar gobierno y se llamó a elecciones anticipadas, en donde hoy la fuerza que ostentó el primer lugar, se rehusó a hacer alianza con la segunda, a pesar de representar esta a medio país. ¿Democrático? No parece serlo…

No podemos hacer un reduccionismo conceptual del problema con la democracia: no es un mero asunto de aritmética o estadística, es un intrincado inconveniente interpretativo en donde intervienen poder, intereses, formas y mecanismos. Aun siendo la democracia, no el sistema político perfecto, sí es el que contempla en su forma la posibilidad del perfeccionamiento, quienes dicen suscribir su modelo no son, por lo general, personas orientadas a la mejora de los mecanismos que benefician en su ejercicio a la sociedad, sino que procuran algo que viene siendo la sombra de los modelos democráticos, y es la vocación de sus líderes por perpetuarse en el poder.

No se trata solo del llamado tercer mundo. Es la nueva tendencia mundial sostener que las democracias deben ser flexibles para sostener en el cargo a quien lo hace bien, pero ¿qué ocurre con quién lo hace no solo mal, sino en dirección contraria a la propia libertad democrática?

La flexibilidad de la democracia parece ser, actualmente, su mayor debilidad frente a la tiranía disfrazada en votos. En este sentido, podemos encontrar dos formas que prevalecen. La primera, la ausencia total de disimulo, en donde quien ejerce el poder no se preocupa por las formas ni por el nombre de democracia, aunque lo invoque vanamente; o la segunda, quienes mantienen un mínimo de estándar democrático, pero aprovechan los puntos ciegos del modelo para avanzar en su permanencia. Podríamos, también, hablar de una tercera forma que podríamos definir como la democracia semántica o idealista, que actualmente se alinea al globalismo o progresismo, y cuyo mayor exponente es la propia Unión Europea, instancia venida de los legítimos votos ciudadanos que termina emulando un supra poder por encima de las propias naciones que la conforman y les imponen normas, proyectos, agendas y objetivos, sin mayor consulta o sin que alguno se contraponga a la realidad nacional. Ahora, una tendencia marcaría la diferencia para subsanar algunas de las debilidades de la democracia.

Podríamos llamar esta tendencia el reformismo futuro. Se trataría de aprovechar la flexibilidad de los preceptos democráticos, pero con dos barreras fundamentales: la sectorización o prueba del cambio propuesto, y, la concurrencia futura del mismo. Lo primero se trata simplemente de implementar los supuestos cambios en una parte de la nación o sociedad, a manera de comprobar por ensayo y error si los mismos responden acorde a la teoría, si no provocan situaciones o problemas no previstos, o si, finalmente, benefician y mejoran la cualidad democrática.

Lo segundo, proveniente de lo primero, supone que los cambios a implementar totalmente, sean producidos en un período futuro inmediato, y no en presente, donde podrían ser el beneficio directo y ventajoso de quien lo propone y ostenta el poder. En otras palabras, una reforma en donde se implemente, por ejemplo, la reelección indefinida, debería ser instaurada para un gobernante futuro y no el proponente. Aplicar un cambio ventajoso es aprovecharse de lo imperfecto de la democracia y poner sus vacíos a favor de los intereses personales y particulares.

El mayor reto de la democracia actual es reinventarse sobre sus propias bases de libertad. Vivimos tiempos en los cuales parece estar penalizada la disidencia de pensamiento sobre la mayoría, la diversidad de ideas o hasta la propia libertad. Mucho de lo que hoy parece hacerse en nombre de la libertad, como la agenda woke o el globalismo, pretenden, sin disimulo, suprimir la libertad individual y crear una indescriptible e incomprensible libertad colectiva que priva sobre el individuo.

Esta distorsión, que algunos llaman colectivismo, es una rémora apoyada por quienes se aprovechan de la debilidad y flexibilidad de la democracia. Eso de los intereses colectivos es un canto de sirenas, y motivo de otro análisis.

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