
Escuchar al pueblo es una frase que suelen decir, repetir y redundar hasta el cansancio algunos políticos y funcionarios cuando llaman a las masas humanas a las que deben proveer de cuidado y satisfacción de sus necesidades o que representan en lo político, o les convocan a reuniones en donde detrás de una mesa y rodeados de elementos de seguridad personal, se disponen a escuchar, abrir su corazón y hacerse eco de los sentimientos del pueblo, de sus necesidades y requerimientos, en un asunto particular o en las cuestiones de su vida en general.
Cuando ese gesto de magnanimidad ocurre, cuando el burócrata u oficial de libre elección desciende de su sitial en el Olimpo de los dioses del Gobierno y se permite darse un baño de pueblo, quedan de manifiesto y al descubierto dos mentiras.
La primera, que esas personas no leyeron ni leerán los documentos oficiales que señalan cuál será su ruta de acción; dicho de otra forma, el político no tiene idea de cómo o para qué llegó al puesto donde está, que no leyó su propio plan de gobierno u olvido las promesas de la campaña electoral, y que el funcionario no tiene otra cosa que inventar ese día más que hacer lo que no hizo en todo el tiempo que tiene en el puesto: dar cumplimiento a los objetivos y metas propuestos para su cargo y dar satisfacción a las necesidades de la población en su propio campo de acción.
La segunda mentira es que las personas que eligieron al político no tenían la menor idea de lo que hicieron.
Alguien a quien es necesario explicarle que el barrio no tiene agua, que el estado no tiene seguridad o que la nación no tiene buena gestión y que responde diciendo que hará, a futuro, todo lo que deba para solucionar el problema, es alguien que vive físicamente fuera del ámbito geográfico de sus electores y no padece ni vive lo que ellos, que mentalmente está en otro planeta o tiene una disfunción salud cognitiva que le impiden razonar, comprender o prestar atención, entre otras habilidades comunes.
Haciendo negación de las anteriores posibilidades, existe otra causa para este proceder. Estas personas planifican su actuación pública bajo el norte o premisa de dar respuesta a lo urgente sobre lo importante, y de dar contestación a lo importante antes que a las tareas propias de su cargo para así obtener lo que el dinero no puede dar, la fama de resolver los problemas de los más necesitados, ni siquiera de todos quienes lo necesitan, solo las de más desprovistos.
Esa forma de actuar los provee de un aura mesiánica; van por las calles y caminos rodeados de menesterosos y olvidados que a su paso levantan las manos, si no con un plato vacío clamando por un mendrugo de pan o por una medicina; cuando en realidad esas personas se merecen en conjunto los medios para comer de forma adecuada y salud general.
Esta manera de actuar; porque es una actuación tipo televisión, se convierte en una forma perversa de exclusión, pues beneficia a unos pocos y deja a todos los demás sin lo que les corresponde en justicia.
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