Andrés Eloy Blanco sabía ser amigo. Era un ser sensible. Está sensibilidad salía a flote ante un estímulo inesperado. Una de esas salidas la motivó la muerte de su amigo Enrique González Martínez. Así, conmovido por tal acontecimiento escribió:
“Se acaba el pan del alma, compañero,
el pan mejor del mundo peregrino;
me dicen los amigos del molino
que acaba de morir el molinero.
Enrique, el grande, ha muerto; el campesino que lo quiso llorar, dijo al obrero: “No hay que llorar la muerte de un viajero, hay que llorar la muerte de un camino…”.
Conocía estos versos y hoy la triste noticia del fallecimiento en México de mi buen amigo y compadre Homero Pérez Oropeza los traen a mi memoria.
Homero Pérez Oropeza, no nació en Guama y era más guameño que cualquier ser nacido en ese pueblo. Con su padre, madre y hermanos llegó a Guama siendo un niño. Estudió en nuestro Grupo Escolar José Tomás González, la llamada Educación Primaria.
Nuestra amistad era anterior a los estudios. Teníamos un campo de juegos: la Plaza Bolívar de Guama. Era algo así como nuestro territorio, nuestro refugio, nuestro paraíso. Allí, jugábamos metras, las cuarenta matas, palito mantequillero, policías y ladrones y muchos otros juegos.
Influenciados por las películas del oeste norteamericano y las de los charros mejicanos, teníamos caballos muy peculiares. Estos animales los obteníamos de cortar largas ramas de oreja de ratón, les retirábamos la delgada corteza y lográbamos una vara larga, color amarillo pálido a la que le amarrábamos una cabulla en la parte superior, que nos permitía agarrarlas y al introducirlas en medio de las dos piernas, era nuestro corcel invencible y rápido que nos permitía recorrer las calles de Guama, saltar el río, pasar por encima del puente, descansar a la sombra de Él Samán y, después de mucho jinetear, llevar estos caballos a la parte trasera de la iglesia, donde eran amarrados y les poníamos pasto y agua para que descansaran y se alimentaran hasta el siguiente día, que los buscaríamos para iniciar un nuevo recorrido.
Estos juegos no impedían nuestra formación educativa. Así, paralelamente a este infantil ejercicio de la imaginación, estudiábamos.
El tiempo no se detiene. Cada quien buscó su mundo. Homero Pérez se destacó como deportista y llegó a ser un notable dirigente deportivo en Yaracuy, coronando tales cualidades, al ser designado primera autoridad del Instituto Nacional de Deportes en el estado.
No es el deporte en ninguna de sus facetas mi especialidad, por lo tanto me abstengo de opinar de cifras, técnicas deportivas o logros durante su gestión. Pero si puedo opinar de lo que ví y viví en mi Guama natal durante el periodo que Homero Pérez dirigía el IND. Así, los jóvenes deportistas que practicaban deportes, eran atendidos por entrenadores. A esos mismos jóvenes no se les exigió filiación política alguna para recibir asistencia en sus respectivas disciplinas. Esos jóvenes y sus entrenadores gozaban de la atención personal del director de deportes cuando lo requerían y, era normal el ver a este funcionario compartiendo con deportistas y gente vinculada a esas actividades. Creo que cumplió una función positiva en el ejercicio del cargo.
Hoy, Homero Pérez Oropeza, mi amigo y compadre, fue llamado por el Padre eterno a su presencia y emprendió el viaje sin retorno. Culmino este lamento con el final del expresado poema:
“… Y de su altar, y con la voz ausente,
el águila que ahoga a la serpiente
nos dijo: —Éramos dos para lo bello,
pero el mal tiempo le aflojó la mano
y junto al cisne de torcido cuello
como dormido se quedó mi hermano…
Hago llegar a la virtuosa María Orellana de Pérez, su noble esposa, a sus hijos y hermanos, nuestra expresión de condolencia. Digo nuestra, pues al hacerlo interpreto el sentir de Guama ante el fallecimiento de nuestro hermano Homero Pérez Oropeza.
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