La reciente caída del Gobierno del presidente sirio Bashar al Assad no está en relación en absoluto, ni se corresponde, con el hecho de haber sido un mal gobernante, en relación con las necesidades del pueblo sirio o ser un régimen autoritario. Ni siquiera con los 24 años de ejercicio del poder, ni con las críticas occidentales de que las elecciones realizadas en ese lapso, en las cuales siempre obtuvo por encima del 80 por ciento de los votos, no cumplían con los requisitos europeos, como para ser catalogadas de libres y democráticas. De paso, Europa no es quien para hablar de democracia.
No fueron la protesta ni la movilización popular la que saca del Gobierno a Assad en forma meteórica. De hecho, la población siria no participó en los sucesos violentos de esos últimos días, ni en sus inicios en Alepo, ni en la toma final de Damasco, la cual se da por rendición de las tropas del régimen que nunca presentaron combate.
La derrota del Gobierno de Assad fue producida por un ejército de fundamentalistas musulmanes, herederos de Al Qaeda y hermanos de Isis, constituido por muchas fracciones, todas igualmente sectarias, extremistas y feroces, catalogadas desde hace mucho, por la ONU y por el propio Departamento de Estado, como grupos terroristas, venidos de varias partes de la región y de más lejos, que incluyó incluso a mercenarios de países occidentales.
Ejército fuertemente armado y entrenado con total apoyo de EE UU, de la entidad sionista genocida que llaman Israel y del Gobierno de Turquía, quienes vienen financiando e impulsando sus operaciones de todo tipo, para la toma del control militar y político de Siria, desde hace muchos años, y cuyas últimas acciones, que concluyeron en la invasión militar exitosa reciente, se iniciaron hace pocos meses.
El interés de EE UU es garantizarse el control hegemónico de toda la región del medio oriente, una de las más ricas del globo terráqueo en recursos energéticos vitales para el funcionamiento industrial actual. Este control se resquebrajó hace tiempo por la existencia de países no alineados completamente con los intereses estadounidenses.
Los casos iniciales de Afganistán e Irak fueron resueltos con invasiones y guerras directas contra esas naciones, que terminaron prácticamente con la destrucción de las mismas o por colocarlas bajo la dominación de fundamentalistas musulmanes, como fue la entrega de Afganistán a Isis, de la cual fuimos testigos recientemente.
En su pragmatismo cotidiano, el imperialismo norteamericano no vacila en aliarse con el diablo mismo, si esto le reporta beneficios a su estabilidad, dominación y control. Recordemos que Al Qaeda fue creación de EE UU para enfrentar a los soviéticos en Afganistán. El objetivo israelí es el que esa entidad sionista genocida tiene prácticamente desde su creación o incluso mucho antes.
Su expansión geográfica permanente mediante la invasión y conquista de territorios vecinos, siguiendo los “dictados bíblicos”, tal y como se hizo en su creación con Palestina y como lo ha seguido haciendo con saña criminal en forma impune delante del mundo entero.
Y como en este momento hace con Siria, donde ha bombardeado instalaciones militares y civiles más de 400 veces en las últimas horas, ha tomado el control de nueve ciudades y se encuentra a unos 20 kilómetros de Damasco. Turquía, por su parte, está enfrentada a los kurdos prácticamente en todas partes donde estos se encuentren, incluidos los del noreste de Siria, a quienes ya ha comenzado a agredir con incursiones militares desde su frontera.
Siria era desde hace tiempo un objetivo a destruir en el sentido que venimos señalando.
El Gobierno de Bashar al Assad constituía un estorbo para los planes expansionistas israelíes y los intereses gringos. Era un Estado árabe progresista, si se lo compara con los gobiernos monárquicos y dictatoriales de la zona; secular, con libertades similares a las occidentales, derechos femeninos impensables en los países vecinos, ejercicio religioso libre, seguridad de los templos y donde la convivencia ciudadana sólo era empañada por las acciones de los fundamentalistas de Al Qaeda y las agresiones externas estadounidenses e israelíes. Estuvo por años sometido a la barbarie de bombardeos de su territorio y a sanciones que dañaron su economía. Gobierno, además, claramente enfrentado al genocidio palestino a manos de la entidad sionista genocida que llaman Israel.
En Siria se aplicó el plan general contra ese tipo de gobiernos, que se inicia con el descrédito impulsado por los grandes medios de comunicación al servicio de los poderes occidentales. El camino fue el mismo seguido inicialmente con Yugoslavia y luego con Libia, Irak y Afganistán. El impulso de movimientos internos financiados y denominados cínicamente “primaveras”, la fragmentación de su territorio, su desaparición como naciones independientes y el robo descarado de sus recursos naturales. Es lo que hemos visto ocurrió en Libia después del asesinato de Gadafi, en Irak luego de la ejecución de Sadam Husein y actualmente en curso en Afganistán. Son agresiones que no pueden justificarse de ninguna manera.
En Siria acaba de tomar el poder Al Qaeda, y esto tendrá consecuencias muy lamentables para el pueblo sirio, para las libertades ciudadanas existentes, para sus mujeres, para los religiosos y para los ciudadanos en general. Sufrirán los cristianos, los kurdos y otras minorías e incluso los musulmanes chiitas, pues serán perseguidos, sus templos destruidos y muchos de ellos torturados y asesinados. Las acciones expansionistas de los sionistas israelíes se profundizarán y extenderán. La masacre palestina continuará y ahora se agregará la que ocurrirá en Siria. El éxodo de árabes, musulmanes y cristianos, hacia Europa se intensificará. Lo ocurrido constituye un peligro mundial, que no ven la mayoría de quienes hoy aplauden.