La cifra oficial que anuncia la Organización Mundial de la Salud (OMS) por la pandemia de la Covid-19, sin contar las que ocurrieron de forma directa o indirectamente que fueron subestimadas o no contabilizadas, es la muerte de casi 15 millones de personas en todo el mundo.
Fue un evento con tanto impacto, magnificado por el flujo de información, que dejó en la población del planeta cicatrices espirituales, sociales, materiales, corporales y psíquicas; en consecuencia, la alteración de viejas conductas y el nacimiento de otras, que variando de país en país, son lo usual y hasta normal.
Entre las más evidentes y de fáciles percepciones están algunas de las siguientes.
Uso de mascarillas sin complejo: antes de la pandemia estaban reservadas a los médicos que operaban, a los ladrones, los enfermos en quimioterapia o chinos en urbes súper contaminadas. Ahora cualquiera que se siente con malestares respiratorios y no se quiere arriesgar a un contagio innecesario las usa, y hasta quienes desean pasar desapercibidos.
Distanciamiento social sin críticas: las personas que evitan los besos de saludo de desconocidos, que hacen distancia en las filas, fiestas y otros lugares concurridos eran visto como seudo iconoclastas o que les daba grima el contacto con ignotos, ahora su conducta y rechazo social son un gesto de higiene entendido y respetado.
Educación y trabajo virtual: de no ser por el encierro social consiente, obligatorio o paranoide y la cuarentena médica, estas formas de comunicación aún serían vistas como meras excusas para no ir a trabajar o faltar a clases. Actualmente se usan de forma extensiva y se hacen los medio ambientales, conservacionistas, operativas y económicas a su puesta en práctica.
Cuidar al planeta: reciclar, reusar, reducir son el nuevo credo pagano o naturalista que se reza con fervor cada mañana para proteger al planeta, la única casa global, acto que se realiza con tanta desesperación que no da tiempo a pensar en las consecuencias a largo plazo de cada acto.
Meditar sobre el valor real de algunas profesiones: nadie se tomaba su tiempo para pensar en el valor que tienen para todos los señores conductor de buses, maestros, electricistas, carpinteros o quienes limpia las calles. Ahora se reflexiona en serio sobre la realidad que un futbolista gane más dinero que un médico.
Perdida del miedo al psiquiatra y al psicólogo: antes de la pandemia tales profesiones eran, junto con las bellas artes, las profesiones que estudiaban los que no sabían que estudiar; ahora son carreras de prestigio que sin esfuerzo ni miedo son consultados por políticos, médicos cirujanos, arquitectos, ingenieros, amas de casa, padres solteros y parejas de casados.
Espiritualidad: en las redes sociales se ve que la fe, la esperanza y la espiritualidad se extienden y crecen; el temor a la muerte que nos rodeó, que parecía inminente y que afortunadamente sigue esperando por la Humanidad, le hace reflexionar sobre su destino, gracias a Dios.