Existe en mi vieja casa paterna una verde mata de uña de danta, sembrada por mi madre cuando “apenas era un tierno cogollo inútil”. Sus hojas verdes presentan una forma de dedos puntiagudos parecidos a las uñas del citado animal. Era un paisaje normal en mi casa ver a mi dulce madre algunas tardes, diligentemente, frotar estas hojas con un pañito humedecido en parafina que le aportaba a la planta un brillo singular y motivaba su orgullo.
Si una visita quedaba encantada por tal brillo y se lo hacía notar aquella opinión, la hacía feliz y traía consigo una inmediata consecuencia contenida en una dulce y delicada cortesía que decía: ¿desea un cafecito?
Así, transcurrieron los años. Mi madre un triste 1 de enero, al despuntar el alba, falleció y nos dejó ese vacío que Shakespeare califica de “¡profundo!”. Pero mi madre dejó varias cosas y costumbres buenas. No voy a señalar todas estas, pero sí deseo destacar el caso de la mata en referencia.
Al regresar del entierro, venía de dejar en el cementerio el cuerpo de lo que Andrés Eloy llamó “la gloria de mis años”. Triste, me senté frente a la uña de danta y vi sus hojas color verde intenso y brillantes. Hice una promesa: “ahora, te voy a cuidar”. Lo hice. Mis hermanas de una u otra forma han hecho lo mismo. Así, usted no le ve una hoja seca, amarillenta, doblada o quebrada.
A pesar de ser nuestra planta una mata vieja, gracias a la poda prudente, el riego, el abono y el monólogo que protagonizo frente a ella en los amaneceres guameños, nuestra mata, vieja y todo, se mantiene viva con sus hojas brillantes y diríamos buen cuidada. Esta mata es parte de nuestra identidad, de la familia y las nuevas generaciones, la conocen como ¡la mata de la abuela!
El pasado viernes 29 de noviembre, casi al mediodía, regresaba a Guama y un grupo de paisanos que se encontraban en el Samán llamó mi atención, pues un potente, pesado y viejo ramo en nuestro árbol, calificado por José de Jesús Rangel como “¡Samán amigo!”, sorpresivamente se desprendió del anciano samán, y al caer sobre el pavimento vibró el suelo, asustó a vecinos y transeúntes que procedieron a rodear y lamentar este triste suceso.
El samán es un símbolo de Guama, nos identifica. Nuestras autoridades han creado una condecoración llamada “El Samán” en su honor, y con ella cada año, con motivo de la fiesta patronal, se le otorga a los ciudadanos esclarecidos de nuestra pequeña comunidad.
Es necesario que las autoridades competentes quieran el samán, lo atiendan. Es un anciano que se está acabando, requiere como todo anciano amor y diligencia. Encargar expertos que hagan un estudio que desemboque en la aplicación de medidas para alargar su vida útil y le permita seguir existiendo y arropándonos con su alto y ancho manto, para que podamos seguir viéndolo como en un poema lo eternizó el querido e inolvidable “Pollo” Rangel, al definirlo: “Como estatua, milenario, estás al entrar al pueblo, /como esos viejos guardianes que cuidan los cementerios…”.
Invadiendo el delicado terreno de la poesía, levemente abandono la prosa e imprudentemente, profanando el estilo de Dante con su tersa rima, podríamos alegar: Es un ruego, es un grito, pido audiencia,/ a todo aquel que manda en Guama, ¡por favor tengan clemencia!/ Ocúpense de esa mata de buena gana,/ es vuestro deber el pronto actuar / y al no hacerlo, les quedaría mal la plana.
Pienso que el cuidado que mi madre ofrecía a la uña de danta, podría servir de inspiración a las autoridades competentes para que de manera inmediata procedan a salvar la vida de nuestro “¡Samán amigo!”. Amén.