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martes, noviembre 26, 2024
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La política y sus contradicciones formales

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La política, en términos crudos y directos, es el arte de la toma y mantenimiento del poder político; más nada. Es un arte, no es una ciencia. Lo que generalmente se esgrime como objetivo de la política, no tiene que ver con su real objetivo fundamental. La satisfacción de las necesidades del pueblo, el imperio de la justicia, el respeto a la soberanía popular, la mayor suma de felicidad posible, la erradicación de la dictadura, el rescate de la democracia, el apego a la Constitución, la lucha contra la represión y el autoritarismo, el logro del Estado comunal, son añadidos, hasta excusas, motivadas fundamentalmente por el deseo de tomar el poder o mantenerlo. Esto no significa que no haya políticos que ciertamente luchen por la obtención de esas sentidas reivindicaciones, pero no son los más numerosos ni los más exitosos. La mayoría las usan para engañar a la gente y obtener el respaldo requerido.

Entonces, el éxito en la política se tiene cuando se logra el objetivo fundamental de tomar o mantener el poder. Quien lo logre será el exitoso y quien no, habrá fracasado en sus intentos, lo cual no significa que no pueda intentarlo de nuevo hasta lograrlo o hasta ser vencido de una forma que lo saque de la política o de la vida misma. Las vías para la toma del poder son muchas y muy diversas, algunas aceptadas formal y públicamente por todos, recogidas en las leyes, otras hipócritamente rechazadas en público por casi todos, y legalmente prohibidas, pero utilizadas si llegare el caso, como lo demuestra la cotidianidad en prácticamente todo el mundo. Me refiero a los fraudes de todo tipo, que violan el legítimo deseo de la población, donde supuestamente reside la soberanía. ¡Fíjense! Se habla de “conquistar” el poder, lo cual supone acciones no necesariamente consensuadas con quienes sufrirán los efectos de esa conquista. 

Las vías violentas incluyen: el golpe de Estado, la insurrección, la guerrilla, la invasión territorial con fuerzas propias o extranjeras o combinadas. Aunque casi todos supuestamente rechazan esas acciones, hemos visto como se adhieren a las mismas con una rapidez increíble. Somos testigos de ello. El 12 de abril 2002 hubo un golpe de Estado, que algunos califican como insurrección popular, pues el pueblo la apoyó masivamente en las calles, sin tener conciencia ni información de lo que pasaba, ni razones válidas para asumir esa conducta. Una mayoría de quienes hoy condenan la violencia golpista la asumió sin ningún problema mientras parecía exitosa. Allí estuvieron, allí los vimos. Allí siguen quienes, quizás por su extremismo y no estar en el país, son hasta más sinceros en este aspecto.

Esa ambigüedad la vemos en todos los grupos políticos, incluyendo a quienes tienen el poder. Ellos son producto de dos golpes de Estado: 1992, 4 de febrero y 27 de noviembre. Claro, como son poder, crean una justificación e imponen que no fue un golpe, sino una insurrección cívico militar liberadora, que de cívico sólo tuvo a los grupúsculos de Bandera Roja, y que nos quería liberar, sin preguntarnos, de un gobierno legalmente electo por el pueblo soberano. Incluso, conmemoran la fecha de ese movimiento como si fuera una gesta libertadora, cuando fue un vulgar golpe de Estado, tan fracasado como el ocurrido en 2002. Hoy, uno los oye justificando todos los atropellos contra el sistema electoral y contra el debido proceso judicial, con la excusa de que nos protegen del fascismo, una evidente racionalización que no justifica absolutamente nada: cinismo justificativo. 

Pregunto: ¿No llaman padre de la democracia a Rómulo Betancourt, quien tomó el poder en 1945 por la vía de un golpe de Estado, ése sí, cívico militar, contra el gobierno constitucional de Medina Angarita, reconocido como único por no haber tenido presos políticos?  ¿No se conmemora el golpe militar de Larrazábal contra Pérez Jiménez como una odisea democrática? Tenemos incluso una parroquia que lleva ese nombre. Entonces, la violencia no siempre es condenable, sino que incluso puede ser celebrada en casos particulares, tanto por el gobierno como por quienes se le oponen. Pongamos las cosas en su sitio. Quien triunfa impone la historia de su triunfo, sin importarle que no tenga ninguna relación con la realidad de lo sucedido. Si el golpe del 12 de abril de 2002 hubiera triunfado, la historia que tendríamos sería opuesta a la que hoy tenemos. 

De lo dicho se desprenden varias realidades, que deben ser comprendidas para poder seguir adelante. El gobierno puede haber tenido una derrota electoral, pero hasta ahora ha triunfado políticamente. La oposición extremista ha podido tener una victoria electoral, pero hasta ahora ha fracasado políticamente. Maduro está en Miraflores y González Urrutia exiliado en España; ésa es la realidad en este momento. Para mantener el poder, el gobierno usa la violencia contra todos, incluidos sus propios seguidores y colaboradores. La prisión es la preferida y aunque la traición a la patria y el terrorismo no son delitos comunes, sino delitos políticos, se atreve sínicamente a negar que quienes estén presos con esas acusaciones son claramente presos políticos y no políticos presos. Todas las personas presas, por haber ejercido acciones que entorpecen el objetivo del gobierno de mantenerse en el poder, son presos políticos sin duda ninguna.

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