El silencio mañanero de sus espacios circundantes en el medio apacible del San Felipe de entonces, era interrumpido a menudo por el recio trotar de las tropas que bajaban a tropel entonando cánticos militares por la inclinada Avenida Alberto Ravell, y lo mismo sucedía en los novísimos claustros que recién abrían sus puertas para recibir a diario a los primeros contingentes de nuevos alumnos que venían a forjarse un futuro promisorio en un proyecto universitario largamente anhelado y soñado.
Sus vecinos nunca imaginaron tal vez, que muy pronto llegaría para quedarse un ilustre visitante que avivaría con su presencia la vecindad, y a quien acogerían con sumo beneplácito y satisfacción por el impulso y cambios positivos que ocurrirían tras su llegada; con él llegarían también sus huéspedes, que serían bien acogidos y aceptados.
La llegada de este singular e ilustre visitante, y su presencia, traerían múltiples beneficios a la vecindad y a la comunidad, traducidos en ingresos adicionales, valoración de sus viviendas, bienes y servicios, mejoras urbanísticas, empleo para sus gentes, y lo más importante, verían cumplirse un sueño muchas veces
anhelado, sus hijos tendrían por fin acceso a una educación superior, económica, cercana y segura. Nunca quizás hubo un visitante que llegara para quedarse, que fuese tan bienvenido y diera tanta satisfacciones.
Sus novísimas construcciones ya comenzaban a tomar vida con el bullicio, el movimiento vehicular en sus espacios, y adentro en sus recintos ya se escuchaban los pasos lentos y apresurados de profesores y alumnos que iban al encuentro de la sabiduría en sus aulas, la tierra de mitos y leyendas, la de María Lionza, los recibía alborozada. Con el pasar del tiempo la audiencia se diversificaría, se multiplicaría y crecería.
Años después, esa primera gesta se haría sentir en todo el estado y en buena parte de la geografía nacional, cuando sus primeras promociones de las carreras que allí se cursaban, comenzaran a incursionar en empresas, fábricas y centros de educación y de investigación, en donde pondrían bien en alto el nombre de la institución que los forjó.
Vivencias de aquella época son clara evidencia del fervor con el que educadores y educandos dieron vida a este grandioso proyecto educativo. En sus inicios era muy común oír el carraspeo y las voces graves de profesores que generaban confianza y se hacían audibles a medida que sus pasos resonantes avanzaban por los pasillos al igual que el tronar de las botas de estudiantes que al retornar de sus prácticas de campo anunciaban de esta forma su llegada.
Un profesor venido de las tierras de Lara era único en su habitual vestimenta, acudía siempre vestido con una especie de liquiliqui de variados colores, exhibiendo con gallardía la singular confección de los sastres de su lar nativo, y qué decir, de las bellas y excelentes mujeres profesionales procedentes de los Andes, de la tierra musical de las maracas y el cuatro, de la región nativa, y de las mujeres venidas allende de las fronteras, ellas, al igual que ellos, entregaron lo mejor de sí con gran profesionalismo. ¡Hay que cacarear para nunca olvidar!
De sus aulas salieron líderes, que después fueron figuras relevantes al servicio del etado, ocupando puestos de cuyas actuaciones y desempeño el tiempo juzgará. Así fueron los inicios, luego de su breve paso por El Ceibal, del que se conocería como Universidad Politécnica Territorial (IUT) de Yaracuy.