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viernes, noviembre 22, 2024
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La doctrina católica

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Si observamos la realidad social mundial actual, veremos que hoy es necesario efectuar urgentes cambios en nuestros países en los aspectos sociopolítico y económico, situación provocada por las múltiples necesidades que el mismo ser humano ha ido creando en su entorno debido al crecimiento de la raza humana, de las familias, desarrollo de los países y continentes, además, hay que considerar que han aparecido diferentes posturas ideológicas para solucionar estas situaciones en educación, salud, opinión, etc.

Entonces, es necesario que todos nosotros conozcamos con cierta profundidad los aspectos doctrinales de nuestra Iglesia Católica para poder aplicarlas.

Veamos que ha sucedido en otra época. El Evangelio nos relata que la gente venía de Jerusalén, Galilea y de más lejos: Sidón y Tiro, y se agolpaba al Señor para ser curada, eran tantos que el Señor en una oportunidad tuvo que subir a una barca para hablarles desde ahí. Era gente necesitada la que acudía a Cristo, y él los atendía, porque él tiene un corazón muy compasivo y misericordioso.

Durante sus tres años de vida pública, él curó a muchos, libró a muchos endemoniados, resucitó a muertos. Pero no curó a todos los enfermos de este mundo, porque el dolor no es un mal absoluto, como lo es el pecado, y puede tener un valor redentor si se une al sufrimiento de Cristo Jesús quien realizó milagros, que fueron remedio de dolores y sufrimientos, pero ante todo fueron un signo de su misión divina, de redención universal y eterna.

Los cristianos debemos continuar en nuestro tiempo la misión de Cristo. Porque sus palabras son muy claras: “Id pues y enseñad a todas las gentes bautizándolos y enseñándoles todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, (Mt 28,19-20).

Ahora bien, antes de su ascensión al cielo, él nos dejó el tesoro de su doctrina que salva y los sacramentos, para que nos acerquemos a ellos buscando la vida sobrenatural. Hoy las muchedumbres andan tan necesitadas como en esa época, desorientadas, sin saber a dónde dirigir sus vidas.

La Humanidad, a pesar de todos los progresos de estos veinte siglos, sigue sufriendo dolores físicos y morales, pero, sobre todo, les hace falta la doctrina de Cristo, custodiada por el magisterio de la Iglesia.

Las palabras del Señor siguen siendo hoy palabras de vida eterna, y nos enseñan a huir del pecado, a santificar la vida ordinaria, las alegrías, las derrotas y las enfermedades, abriendo el camino de la salvación.

Esta es la gran necesidad de nuestro mundo, y podemos comprobarlo, las muchedumbres están deseando oír el mensaje de Dios, aunque externamente lo disimulen.

Algunos quizás han olvidado la doctrina de Cristo, otros, sin culpa, no la aprendieron nunca y piensan en la religión como algo extraño, pero tomen conciencia de que siempre llega el momento en que el alma no puede más, y no bastan las explicaciones que hoy se difunden, no sienten satisfacción en las palabras de falsos profetas y sienten hambre para saciar sus inquietudes con las enseñanzas del Señor.

En nuestras manos está la doctrina del Señor para darla a conocer a tiempo y a destiempo, con la ocasión o sin ella, a través de todos los medios a nuestro alcance, esta es la tarea que tenemos los cristianos de hoy.

Para dar la doctrina de Jesucristo es necesario tenerla en el entendimiento (razón) y en el corazón (sensibilidad), meditarla y amarla. Todos los cristianos, según los dones recibidos, talento, estudios o circunstancias, deben poner los medios para adquirirla.

En algunas ocasiones podrá comenzar con el conocimiento del Catecismo, libro que contiene los conceptos esenciales de la revelación y puestos al día en lo referente al uso de métodos para transmitirla y educar una fe robusta que sea cónsona a los tiempos nuevos.

El papa Juan Pablo II nos dice: “La vida de fe de un cristiano normal conlleva un crecimiento continuo de transmisión, conforme a lo que San Pablo dijo a los corintios: “Tradidi quod accepi”: “Os entrego lo que recibí”. O sea, es una fe viva, porque continuamente es recibida y entregada, por ejemplo, de Cristo a los apóstoles, y de estos a sus sucesores.

Así, hasta hoy resuena siempre idéntica a sí misma, como un magisterio vivo de la Iglesia. Por ejemplo, una madre de familia que transmite la fe a sus hijos, un profesor que transmite la fe a sus estudiantes, o un empresario que transmite la fe a sus empleados..
Que buenos altavoces tendría el Señor si todos nos decidiéramos a transmitir la doctrina salvadora del Señor, cada uno en su sitio, como el mismo Cristo nos enseñó: “Id y enseñad”. Se trataría de una difusión espontánea de nuestra fe, quizás algo informal, pero extraordinariamente eficaz.

Este ejemplo fue realizado por los primeros cristianos, de familia a familia, entre compañeros de trabajo, entre vecinos, entre padres de familia en los barrios o en el colegio profesional. Esta difusión de la doctrina del Señor se convertiría en el cauce de una catequesis directa y amable que penetraría hasta lo más hondo de las costumbres de nuestra sociedad y de la vida del ser humano.

Ahora, cuando en tantos lugares y con tantos medios se ataca la doctrina de la Iglesia, es necesario que los cristianos nos decidamos a poner todos los medios para adquirir un conocimiento hondo de la doctrina de Cristo y de las implicaciones de estas enseñanzas en la vida de los hombres y en la sociedad.

Amar a Dios con obras, será en muchos casos dedicar el tiempo oportuno a esta formación, estudio, esmero en lectura espiritual, aprovechar los días de descanso, será apreciar estas verdades, que tienen su origen en el mismo Cristo, como un tesoro que hemos de amar y meditar con frecuencia. Nadie da lo que no tiene, y para dar doctrina, hay que tenerla primero.

Ante tanta ignorancia y tantos errores acerca de Cristo y de su Iglesia, de las verdades más elementales, los cristianos no podemos quedarnos pasivos, pues el Señor nos ha constituidos: “Sal de la Tierra” (Mt 5, 13) “y luz del mundo” (Mt 5, 14). Todo cristiano ha de participar en la tarea de formación cristiana.

Ha de sentir la urgencia de evangelizar, que no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone (1 Cor 9, 16) Nadie puede desentenderse de este urgente quehacer.

La tarea del cristiano es ahogar el mal con abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser anti nada. Al contrario, vivir llenos de optimismo, juventud, alegría y paz, comprender a todos, a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen.

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