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lunes, septiembre 23, 2024
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Notas desde Farriar: La tragedia venezolana

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Más allá de la pompa de la retórica oficial, que suele ser superficial, rutinaria y de una gran impotencia espiritual, esta es, sin lugar a duda, como resumen de la historia, el estado terrible en que nos encontramos al presente, que no podemos leer como una crisis económica pasajera, no nos equivoquemos en eso, sino como la muestra de la mayor pérdida de orientación, que país alguno pudiera tener.

Es necesario preguntarse ¿Cómo se desperdició la oportunidad? ¿Qué se ha hecho de la herencia sagrada de la Independencia? He aquí, repetimos el dramático resumen de la historia. Un país que, después de más de dos siglos de existencia libre, se encuentra no muy lejos del punto de partida en cuanto a la fortuna de su pueblo se refiere.

Ciertamente tenemos una Constitución que nos rige, unas fronteras, un himno y una bandera, un reconocimiento internacional como Estado, un sistema de gobierno, una identidad y un nombre entrañablemente querido: Venezuela.

Pero, esta Venezuela que tenemos, no ha sido capaz, no es capaz, ni siquiera, de alimentar a la mayoría de sus hijos. No puede darles una mínima satisfacción y felicidad colectiva. No puede ofrecerles la protección más elemental, que es la de la vida. ¡Qué vergüenza tan grande! Me pregunto de nuevo y les pregunto ¿Qué se ha hecho?, ¿qué hicieron de este país que se ha venido construyendo?
En el que la ignorancia y la pobreza nos castigan como plagas malditas. En el que la justicia es un oprobio y el estado de derecho una quimera. En el que más de 7 millones de venezolanos están desplazados en el mundo, sintiendo el desarraigo por su país que, como un naufragio nos morimos y expuestos a la xenofobia y a la ignominia. En el que los pueblos y ciudades se han constituido como acumulaciones del desorden y la inseguridad, mientras el campo y la agricultura luchan desesperadamente por no languidecer, un poco menos que abandonado a su suerte. En el que una corrupción incontrolable, que ya ha adquirido triste fama, más allá de nuestras fronteras, signa con su mano funesta al Gobierno y a las instituciones. Un país arruinado, destartalado y moribundo, que no puede garantizarle la base material mínima a sus habitantes.

¿Acaso no es la realidad que la inmensa mayoría de la mujeres, de los jóvenes, y en general, de los trabajadores, pueden describir y expresar? Desorientación y desencanto como pueblo, miedo y desconfianza. Como país. Y, sin embargo, esto es lo extraño, y esto es lo misterioso, esto es lo notable de nuestra gente en medio de tanta desgracia, hay ciertamente un orgullo por nuestro gentilicio, un orgullo indeleble. ¡Tal es el peso de nuestro origen como nación! ¡Tal es la fuerza de la gesta de nuestros mayores, liberadores de pueblo y forjadores de países!

En estas circunstancias, ante la infeliz situación de la patria ¿Qué debemos hacer? Y me dirijo con estas palabras a la mayoría de la gente, de cualquier clase o condición social que ha confiado una y otra vez en la democracia, que ha tenido una infinita paciencia ante el desgobierno, y que ha mostrado su vocación pacífica hasta el límite de lo tolerable y aún más allá. Y me dirijo también a los representantes de las instituciones y todos aquellos ciudadanos que, en la Venezuela actual, tienen algún tipo de poder o de prestigio.

¿Qué podemos, que debemos hacer? Cuando está suficientemente demostrado que un sector de la dirigencia política, empresarial, sindical, carente de amor a la patria y de respeto a su pueblo, estableció una red de complicidad para saquear el dinero público, en esas circunstancias, ¿Qué debemos hacer nosotros la mayoría digna de los venezolanos, incluyendo por supuesto, a los dirigentes políticos, empresariales, sindicales que sí aman a su país y les duele lo que sucede?, ¿qué debemos hacer quienes no soportamos, ni aceptamos tranquilamente la visión dolorosa de una Venezuela con una crisis tan profunda, tan extendida y dura para la población?

Ya hemos dicho en otros escenarios que para arreglar nuestra situación no valen fórmulas mágicas, ni hay mesías posible. Ni menos sirven las recetas a la moda, traídas por la mano de algunos expertos. Que el problema de fondo de la sociedad, no lo va a resolver hábiles jugadas políticas y financieras, ni sortilegios macroeconómicos. Que la situación es mucho más seria y que es de índole estructural, referida al sustrato cultural sobre el que nos constituimos como pueblo. Superar esa fuerza es el reto. Darle forma a un nuevo país, es la tarea. Tarea que no es de uno, sino de muchos. Tarea de la que nadie tiene exclusividad de la franquicia. Es la obligación de todo el país sensible. Por ello, desterrando al populismo y la corrupción, como práctica política como estilo de gobierno y cultura dominante, la discusión y la búsqueda, han de centrarse en las nuevas formas de relación que deben existir entre el estado y el conjunto de la sociedad. Ése es el tema de agenda más importante que debemos afrontar.


Es convertirnos en un país donde funcione perfectamente la justicia, con jueces honorables e independientes. Donde el sistema electoral deje de ser la ignominiosa trampa que, hasta el día de hoy, ha regido las elecciones, para que el voto y la opinión del pueblo sea respetada y donde la violación de los derechos humanos, sea solo una terrible pesadilla de la memoria. Un país culto, situado en la modernidad. Es recuperar el simple orgullo de ser venezolano, en la conciencia donde vale la pena vivir.

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