I
Hay que ir acumulando pequeñas victorias en silencio, o con ruido solo cuando sea necesario, para después expresarlas y testimoniarlas con convicción cuando los gallos entonen en las frías madrugadas sus tonadas, en esta tierra tantas veces prometida, en el cual una cáfila estalinista fascistoide concibe el poder como un fin en sí mismo, y no, como un medio de transformación, con sus debilidades y flaquezas, convirtiéndose en una vergüenza para la izquierda latinoamericana, y han enterrado con sus conductas y acciones a la utopía socialista. Pero, ante todo, hay que repudiar al estalinismo, siendo muy crítico en todas las experiencias, vigentes o extinguidas. Si el arma de la crítica no se afila en todo momento y se ejercita con denuedo y perseverancia, el socialismo no vendrá jamás.
Este estalinismo, en todas sus variantes o adaptaciones debe ser repudiado con frenesí si queremos ser parteros. De no hacerlo, nos convertiríamos en cómplices anticipados de una dictadura donde el truco consiste en que la revolución sea totalitaria como la cubana, pero no debe parecerse a la cubana, manteniendo algunas apariencias democráticas, desarrollando un entramado jurídico que la da legitimidad, allí está la habilidad política que aún engaña a algunos líderes de la llamada “ oposición” permitida venezolana, una especie de federación de facto, de los dos países que actúan como si Cuba y Venezuela fueran un solo país. De tal manera, que el socialismo jamás brotará si el fantasma estalinista fascistoide no se extingue para siempre.
II
Con exacta regularidad en el colorido rito de los vencidos, se abre la talanquera del vestíbulo para dar paso al tropel de adulantes. La jaladera abyecta, una vez más, alaba al rostro del vencido, quien sufrió una capitis diminutius por el naufragio electoral. Todavía los jaladores se empujan, se patean, se apretujan. Se arrastran entre el polvo y los escupitajos del suelo hipando súplicas, porque no los olviden a la hora del reparto de los mendrugos untados de cambur podrido. Muchos columnistas, articulistas, locutores, animadores de programas de televisión y de radio, recuperan la pluma y la voz para cantar mañanitas mocosas a los dueños del coroto.
Cataratas de lugares comunes, maremotos de cursilerías, diluvios de palabreríos idiotas ahogan a los lectores, televidentes y radioescuchas, impidiéndole salir a sumarse en vivo y directo al aquelarre de la adulación. Los vencidos atrincherados compiten en los juegos florales de la ramplonería y el disparate, para ripostarle al bravo pueblo su infidelidad y para rogarle que la próxima vez no sea tan maluco.
III
Si seguimos volteando la página, en Venezuela, el mundo de las ideas se ha vuelto más soporífero y el aburrimiento ha adquirido dimensión de peste. Y el debate intelectual y político se diluyó como éter en el aire. Los insultadores de oficios solo vociferan y las páginas donde se concentró la discusión, parece un largo soliloquio. Pero, ante tanta complicidad debemos levantar puño y letra en lo que hay que decir lo que se piensa, lo que se aspira que sea orientado principalmente por la dialéctica de la discusión y los razonamientos. La palabra hay que convertirla en arma, en instrumento transformador: autocrítica y crítica. En acusación, repudio, enjuicio severo, objetivo, sin complacencias ni complicidades.
La palabra hay que embriagarla con la fuerza de la razón en una búsqueda irrenunciable, sin compromisos, ni dogmas, ni temores, ni fanatismos, ni censuras, ni autocensuras. La cobardía y el silencio no pueden tener cabida en la conducta de los hombres irreductibles. Es tiempo, como dijo José Martí, de pedirle peso a la prosa y condición al verso. Pero, resulta, que cualquier sistema social y político tiene su debilidad, su agujero por donde entra el futuro, la voz punitiva. Toda realidad, por más viciada y ciega que sea, llega también el germen de la vida, la capacidad de sobrevivencia, de ruptura. Es también, el desenfado espontáneo y a la vez agónico y reflexivo, contra un orden mezquino e hipócrita, contra los politicastros de oficio traficantes de ilusiones y sobornos, de fantasías y comisiones. Pero, debemos levantarnos más alto que las cornas de los déspotas en esta contradictoria búsqueda de lo bueno y de lo malo en nuestra sociedad y en el mundo presente, es, sobre todo, un deseo de forjar una nueva realidad, un nuevo país, justo, sano, igualitario y, ¿por qué no? Feliz, donde el bienestar constituye el objetivo fundamental de la sociedad, de reencuentro con el hombre, con las utopías, la comunidad, la naturaleza, la patria con el futuro.
IV
Sigo sentado en el corredor de mi casa, son las 3 de la mañana y la cerveza sigue fría. Tal vez se me ocurre escribir sobre un político prosaico. ¿Quién me lo impide? Pero, la noche me susurra que debo apurarme, a ver si en este espacio terrenal logro burlarme de la muerte, esa vieja pu…, como lo hicieron François Villon, quien hizo el elogio de su ahorcamiento, como Edgar Allan Poe, que veía lunas y pájaros en las calles de Baltimore, como Charles Baudelaire que descubrió los secretos enlaces de las cosas, como Paúl Verlaine lleno de ajenjo para unas fiestas galantes, como Ludovico Silva que enamorado de las putas ebrias del bosque se marchó con la soledad de Orfeo, como Orlando Araujo irreverente y lúcido, convirtió la bohemia en un combate militante, como Víctor Valera Mora “el Chino”, que arriesgó el pellejo para demostrar sus verdades, como Rubén Darío, que se volvió una piedra dura, como tantos que se burlaron de la muerte. ¡Co…! ¿No están satisfechos? ¿Qué más desean “honorables políticastros”, burócratas, mercaderes del templo, asaltantes del poder, revolucionarios de pacotilla, oligarcas rojos dolarizados, señores grises a los que tantos odiaron Lawrence y Miller? Resulta que hay muchos ilustrados en este país que callan cuando deben hablar y hablan cuándo deben callar. Y no hay que hacer el papel de estar perfumando mier…