Nuestra sociedad occidental, como lo he venido comentando en mis últimos artículos, se está transformando en un conglomerado de grupos, cuyos criterios serán muy difíciles de armonizar en el futuro inmediato, conforme a su falta de coherencia con la verdad objetiva, con el rechazo de nuestras historias y básicamente con la falta de fe sobrenatural de sus líderes, absolutizando solo algunos aspectos de nuestra capacidad.
En aquellos tiempos, los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan fueron invitados por el señor Jesús a subir a un monte de cierta altura, en cuya cima, el señor Jesús, de pronto se transfiguró, su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras lucían blancas como la nieve.
En ese momento aparecieron Elías y Moisés conversando con él acerca de lo que debía padecer en Jerusalén; entonces, Pedro después tomando la palabra le propuso al señor: ¡Qué bien estamos aquí, podríamos quedarnos, y hacer una tienda para Elías, otra para Moisés y otra para ti!
Mientras Pedro le hablaba al Señor, una nube de luz los cubrió completamente y una voz desde la nube decía “¡éste es mi amado hijo en quien tengo todas mis complacencias, escuchadle! (m.17).
Ahora bien, estos apóstoles nunca antes habían sentido tanta felicidad, pero no se daban cuenta del momento circunstancial que estaban viviendo. Nosotros alguna vez ¿Hemos sentido una realidad sobrenatural cómo ésta?
El Señor les dijo: “Eso representa sus vidas”, y ellos quisieron sentirse así y verlo siempre en su tiempo ¡Está claro y estamos conscientes!, pero el Señor, les hace ver que es necesario trabajar, obtener la comida, etc. y que “él está en todo momento presente, especialmente en el amor”.
Ahora: La presencia de Dios en nosotros está en su palabra hecha carne, pero esta presencia puede perderse a causa del pecado, por eso, él se quedó en la eucaristía, para encontrarse con todos nosotros en ese pedacito de pan sobrenatural, y también en nuestro trabajo donde nos dejó un mensaje subliminal: “¡Necesitamos que usted nos acompañe y la última palabra la tiene Dios para poder descubrir a Cristo en las circunstancias de nuestra vida!
Ese querer que se representa como un niño con una gran sensibilidad que nos llega a nuestro trabajo y a tantas otras situaciones, es un mensaje que no se separa de nuestro corazón: «¡Ve esa paciencia por tu ser y ve la mano de Dios!”
Ahora, Dios crea cosas y se va, pero no porque Dios tiene una gran paciencia, porque él vino y tiene todo, como un perfecto hombre: él se ha quedado en los siete sacramentos, como la producción de su corazón y de su ser humano. Por ejemplo, cuando el sacerdote nos perdona, ahí está Dios y aparece su propia persona en la eucaristía, quien va aún a las oraciones del día.
Pequeña anécdota: Khristy muchacha católica: ella le preguntó al sacerdote: ¿En la última cena, hubo un milagro, la transformación del pan en su cuerpo y del vino en su sangre, en la presencia de Dios? ¡Él desea que nosotros sepamos que siempre estaremos cerca de él, para que bendiga siempre con su presencia nuestras costumbres y cualquier cosa de bien: es un regalo de su alma!
Para que Jesús sepa convertir y darnos otra vez las mismas costumbres, pero en la presencia de Dios y bendecirnos:
¡Quiero buscarte Señor y tu presencia es un ansia de verte Señor!
Y nos quedará la obra de Dios, que es tu persona: ¡Ver desde fuera la presencia de Dios y que su gracia santificante está con Dios: Es muy diferente a estar solo o encontrar a Dios en nuestra vida.