Si dejamos que nos impongan un ritmo de vida, por intereses particulares o circunstanciales, tendremos que soportar sobre nuestros hombros el compromiso de nuestra propia insatisfacción. Nuestra cotidianidad parte del principio de nuestras decisiones, y es solo uno mismo quien puede establecer las reglas para enfrentar el día a día. El extremismo de los días recientes en el país, parece ser un compendio de estrés colectivo que en nada ayuda al logro de propósitos más elevados, luego se hace obligatorio comprender lo que esto implica y el porqué debemos combatir toda forma de imposición, hasta de simples posturas.
La gente tiene la necesidad de superar la incertidumbre. Las dudas, la inseguridad sobre el futuro, pueden ser elementos tan complejos de manejar que fácilmente podemos caer en la inutilidad de la preocupación. Estar dominado por la idea de lo que puede ser o no, la preocupación, es tan perjudicial como inútil, ya que nada podemos hacer para que el mañana sea una conjugación perfecta de nuestras ideas y expectativas. Eso, hasta en una perspectiva existencialista, le quitaría a la vida humana una de las cosas que mejor la distingue de otras formas de vida: la conciencia del ser y del estar. Los animales, parafraseando a Descartes, “no piensan, luego viven, pero no existen”, (al menos que se sepa, comprobadamente). Dicho de otro modo, la capacidad de pensar nos permite enfrentar el futuro, no de una forma irrestricta y cerrada, sino muchas veces centrados en la espontaneidad y en la convicción de contar con las destrezas necesarias para resolver lo que aparezca. Ese decir de aquel personaje de telenovela, Eudomar Santos: “Como vaya viniendo, vamos viendo”, tiene algo de real y aplicable a la vida personal, y es que no todo lo que viviremos mañana proviene de una planificación, y, eso que suceda de forma imprevista, deberá ser enfrentado con la mejor disposición a la superación.
Sin embargo, la incertidumbre colectiva es una cosa completamente diferente, así como la carencia de planificación para todo caso. Las sociedades se organizan como tales precisamente para poder enfrentar lo que individualmente es imposible. En la antigüedad, la alimentación, protección, y, el enfrentar peligros naturales, fueron las causas esenciales por las cuales no solo tuvieron origen, primeramente, las formas tribales sino después, el asentamiento de los pueblos nómadas. El individuo se unió a sus semejantes para poder hacer frente, con éxito, a la indómita naturaleza. De allí, que las jerarquías en las sociedades responden a una necesidad operativa y funcional, ya que la experiencia y el aprendizaje ante cada eventualidad, hacía que los más sabios supieran que hacer, por haber superado victoriosamente las etapas de la incertidumbre. En nuestros tiempos, parece que la sabiduría es una antítesis del conocimiento, y, a su vez, una negación de la preparación.
Uno de los mayores males del mundo actual es la imposición de modelos basados solo en especulaciones y teoremas inciertos. Por ejemplo, se decía que para el año 2020, los combustibles fósiles entrarían en decadencia, pero no fue así. Otras cosas inciertas, serían el cambio climático (antes llamado calentamiento global), o la superpoblación, tan vaticinados erróneamente en foros y películas apocalípticas. Creo que somos alrededor de siete mil (7.000) millones de seres humanos, pero habitamos, si acaso, el 10% de la superficie terrestre. Alguien como que no ha calculado bien.
Por tanto, lo recomendable sobre todo en Venezuela, es dedicarnos a operar positivamente en aquello que está bajo nuestro control, sin imposiciones, y sin que eso involucre un autocastigo mental por no “preocuparse” por lo social o lo político. El caso es que, para poder tener una interacción positiva con la incertidumbre de lo general, se necesita estar bien en lo individual, y no a la inversa. Preocuparse cuesta mucho, pero tiene poco valor.