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domingo, noviembre 24, 2024
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La sociedad actual

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Sin duda ninguna, los tiempos que estamos viviendo, se caracterizan por ser un período histórico largo, en que se han cuestionado prácticamente, todos los conceptos tradicionales, por ejemplo: el poder, la justicia, el amor, las buenas costumbres, la sociedad civil, el matrimonio, todas las leyes de gobiernos políticos, la consideración humano-social, y lógicamente también a los responsables de hacer valer estos conceptos: el respeto a todo nivel para: jefes de Estado, ejecutivos, jueces, presidentes de gobiernos independientes, etc.


Finalmente: se han cuestionado y han caído en esta debacle: todos los sistemas de organización social mundial: sistemas de gobiernos socio-políticos-económicos-educativos, llegando a desconocer la historia, el arte, la religión y la sociología de todos nuestros pueblos.

En resumen: se desea replantear toda nuestra organización humano cultural, que hemos conocido y en la que hemos vivido, buscando revolucionar al ser humano acostumbrado ya, desde hace miles de años, pero buscando ahora: sistemas de gobiernos mundiales, que cambien, finalmente toda la organización social del mundo actual.

Queridos amigos yaracuyanos: ¿Qué nos queda entonces a nosotros, frente a estos planteamientos?

Veamos la historia: hace unos dos mil años: San Marcos nos dijo: la gente de corazón sencillo se quedó pasmada frente a los milagros y a la predicación del señor Jesús. Otros no quisieron creer en la divinidad de Jesús. El Señor acababa de arrojar a un demonio y mientras la gente quedó admirada, los escribas que bajaron desde Jerusalén, decían: “Tiene a Belcebú y en virtud del príncipe de los demonios, arroja a los demonios”. Entonces: por falta de buena disposición, las obras del Señor son interpretadas, como obras del demonio.”

Queridos amigos: Por falta de rectitud de conciencia, todo puede ser confuso. Porque ellos llegaron a decir que Jesús tenía un espíritu inmundo.

Pero por amor a Dios y al prójimo, el cristiano debe ser justo y al hombre se le debe: El buen nombre, consideración y respeto por la buena fama que ha merecido. Cuanto más conocemos al hombre, así conocemos su personalidad, carácter. Inteligencia y corazón y con estos conceptos nos daremos cuenta del criterio que debemos tener para medirlo. Por ejemplo: Hoy hay mucha ligereza y manifestaciones de atolondramiento, frivolidad, falta de contenido interior y presencia de Dios. Y cuantas injusticias se pueden cometer al emitir juicios temerarios sobre comportamientos de quienes conviven o se relacionan con nosotros. El apóstol Santiago dejó escrito lo siguiente: “La lengua puede llegar a ser: un mundo de iniquidad.”


Toda persona tiene derecho a conservar su buen nombre, mientras no haya demostrado lo contrario con hechos indignos públicos, inmorales y notorios. Ahora, la calumnia, maledicencia o murmuración son faltas de justicia con el prójimo, pues: El buen nombre es preferible a las grandes riquezas, ya que su pérdida, le impedirían posteriormente ser capaz de realizar una buena parte del bien, que pudo haber realizado antes.

El origen más frecuente de estos males es la envidia del que no tiene las cualidades del prójimo y el prestigio o éxito de una persona o institución. La murmuración la suelen ejecutar quienes tienen acceso a la prensa amarilla u otros medios de comunicación, dando publicidad a hechos calumniosos, comentados al oído o guardando silencio, por ejemplo: guardar silencio, cuando se omite la verdad en defensa de una persona injuriada, pues el silencio, muchas veces equivale a una aprobación de lo que se oye. También se puede difamar alabando, si se “rebaja injustamente el bien realizado”, si una difamación se realiza por medio de revistas, periódicos, radio, televisión, etc.

Ahora, si la difamación es contra una institución, esta tiene la misma gravedad que la que se comete contra alguna persona y a veces aumenta su gravedad, por las consecuencias que puede tener el desprestigio público de las instituciones desacreditadas.

Deberíamos preguntarnos en nuestra oración: Si en nuestros ambientes, donde se realiza nuestra vida familiar, trabajo o amigos: ¿Se nos conoce por ser personas que jamás hablamos mal del prójimo? Y nos guiamos por ese sabio consejo: “Cuando no puedas alabar, cállate”!

Ahora bien: A la hora de la oración: Conviene pedirle al señor Jesús: “Que nos enseñe a decir lo que conviene, a no pronunciar palabras vanas” y a “conocer el momento y la medida en el hablar”, hay que saber decir lo necesario y dar la respuesta oportuna, a no conversar tumultuosamente, ni ser impetuoso en el hablar. Cosa que por desgracia suele suceder con frecuencia en muchos ambientes.

Nosotros debemos vivir ejemplarmente este aspecto de la caridad y de la justicia, si con la ayuda de la gracia nos mantenemos en un clima interior de la presencia de Dios. Evitando los juicios negativos.

El teólogo J. Kentenich nos advierte: “El hombre moderno está enfermo, es el hombre titánico: No quiere ser hijo, quisiera sacar a Dios de su trono para ocuparlo él”. Presentimos que sólo quien es auténticamente niño, sabrá dominar la vida actual con sus terribles conmociones sin caer víctima de la masificación y sin perder el núcleo de la personalidad. Solo siendo así se podrá soportar la inevitable opresión de las masas en un mundo que se hace cada vez más pequeño.

La justicia y la caridad son virtudes que debemos vivir, primero en nuestro corazón, pues de la “abundancia del corazón habla la boca”. (Mt 12, 34) Porque ahí en nuestro interior es donde habitualmente debemos tener comprensión hacia el prójimo, evitando el juicio estrecho y la medida pequeña, pues mucha gente que se tienen por “cristianas”, imaginan, antes que nada: el mal, sin prueba alguna, lo presuponen, y no sólo lo piensan, sino que lo expresan con prejuicios ante muchedumbres.

El amor a la justicia ha de llevarnos a no formar juicios precipitados sobre personas y acontecimientos, basados en una información superficial. Es necesario mantener un sano espíritu crítico ante informaciones que pueden ser incompletas o tendenciosas. Y cuando se trata de noticias sobre la fe, el Papa o los obispos, etc.

Si están dadas por personas sin fe o sectarias, con facilidad llegan deformadas.

El amor a la verdad debe defendernos del “conformismo” y nos debe llevar a “discernir”, a huir de simplificaciones parciales y dejar de lado informaciones sectarias, y a contribuir positivamente a la buena información de los demás, enviando cartas aclaratorias a la prensa y hablando con veracidad y sentido positivo de cada tema en el círculo de personas en el que se desenvuelve nuestro vivir diario. Y por supuesto no colaborando en nada con ese periódico, esa revista o ese boletín. Si todos los cristianos actuásemos así, cambiaríamos muy pronto la confusa situación de atropello a la dignidad de las personas que se produce en muchos países.

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