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martes, noviembre 26, 2024
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Tras las huellas de mis pasos: Dios nuestro y Dios de nuestros padres

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¡Cuánto amo la memoria de mi abuela! A tantos años de su encuentro con el Creador, viven en mí sus enseñanzas. ¡Cuánto amor regalado, para sentirme, con el fluir de la vida, hijo de Dios! No es que el Creador nos ama, el ha derramado su amor en nosotros, como nos lo enseñó la abuela en sus tiempos de prédica.

¡Bendecidas sean las almas de nuestros ancestros que fueron canal para la manifestación del amor del Padre! En ello Juan se crece y se enaltece al enseñarnos que Dios nos da el derecho de convertirnos en sus hijos, porque mediante la fe, recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador (Juan 1:12)

Entonces, en eso nos hemos convertido, y es un honor muy grande que Dios nos llame sus hijos, y como sus hijos, gozamos de todos sus derechos y privilegios y, al llegar a conocer a Dios como nuestro Padre experimentaremos su amor, y como tal proveerá y nos protegerá como nuestros padres terrenalmente lo hicieron.

El Dios nuestro, que es el Dios de nuestros padres, lo hemos heredado y así participaremos de su santidad, como lo leemos en Hebreos 12:10, pasando por su disciplina y su misericordia, probando nuestra fe en los tiempos difíciles, en las preocupaciones, en lo desagradable, experiencias que nos llevarán a la madurez, gracias a la disciplina a la que nos sometemos.

El Dios nuestro y Dios de nuestros padres es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, es el Dios de David, es aquel que envió a Moisés a pedir la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud y a quien Moisés, con asombro y admiración, le dijo: “Si voy a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”; cuando me pregunten “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me ha enviado a vosotros …

Es el Dios de Jesús, a quien por ternura le llama Abbá (papá). Ojo, no es el dios ni cualquier otro dios, tal como leemos en Levítico 19:4: “No os volváis a los ídolos, ni hagáis para vosotros dioses de fundición; yo soy el Señor vuestro Dios”.

Es el Dios con el que nos comunicamos a través de la oración, que es la herramienta para lograr la comunión con él. Es el dador de vida, que tiene autoridad, poderoso, inmenso, omnipotente, amoroso, caritativo que va más allá de la comprensión humana.

Ante cualquier circunstancia, buena o mala, elevemos nuestra mirada al cielo y hablemos con nuestro Padre, a él nos debemos y con él debemos ser firmes en la alianza padre-hijo. Amén.


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