Entre la tarde y primeras horas de la noche del 3 de diciembre de 1969, específicamente en la ciudad de Livermore, California, Estados Unidos, se escenificó el infame Altamont Speedway Free Concert (Concierto Gratuito del Autódromo Altamont), un triste colofón musical que daría un trágico final a los años 60 en medio de una estela de excesos, violencia y fatalidad.
Este prometedor cartel rockero, esperado por los hippies y seguidores de la psicodelia de la época, contemplaba la presentación de las bandas Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers, el cuarteto Crosby, Stills, Nash & Young, The Grateful Dead, y los ya reconocidos The Rolling Stones en plan estelar. Desafortunadamente, en su apresurada organización, se conjugaron una serie de circunstancias y factores que a la postre generaron un verdadero caos.
Los miembros de la banda The Grateful Dead y algunos representantes de The Rolling Stones fueron los encargados de planificar el evento. Y todo comenzó mal desde el inicio. Faltando tan solo unas 48 horas, y tras ser descartadas dos sedes por motivos diversos, se decidió realizar el multitudinario concierto en el autódromo de Altamont de la ciudad de Livermore; un lugar que realmente no reunía las condiciones mínimas para el citado espectáculo.
El día de esta cita musical no se contaba con suficientes lavabos portátiles ni puntos de atención médica. Adicionalmente, y dada la premura, se improvisó un escenario con solo un metro de altitud, propiciando la actuación de los músicos sin ningún tipo de distanciamiento o barreras de seguridad (en los medios rockeros, un importante detalle para resguardar a los artistas de la común “adrenalina” que suele hervir en plena audiencia).
Por si fuera poco, y aunque parezca muy extraño, la sección de Oakland de la pandilla de motorizados llamada Hell’s Angels (Ángeles del Infierno) fue contratada para asumir la “seguridad” del concierto. Se dice que esta organización prestó sus servicios a cambio de “500 dólares en espumosas”. A diferencia de sus calmados homólogos de Gran Bretaña, esta pandilla estadounidense se caracterizaba por reunir individuos fornidos, muy irascibles y violentos.
Ante unos 300 mil espectadores y unos 100 Hell’s Angels armados con tacos de billar, cadenas y cuchillos (para imponer orden), Santana inició la jornada sin aparentes conatos. Al subir Jefferson Airplane comenzó el desajuste. Durante el segundo tema, Marty Balin, cantante del grupo, fue salvajemente golpeado por un Hell’s Angel. Este incidente suscitó una obligada breve pausa, sin embargo, mientras concluían su participación nuevas escaramuzas e interrupciones no cesaron.
Con Flying Burrito Brothers volvió la calma. Luego, durante la actuación de Crosby, Stills, Nash & Young, otro Hell’s Angel -visiblemente afectado por narcóticos- pinchó repetidas veces a Stephen Stills en una de sus piernas con un radio de bicicleta afilado. Al contemplar esta escena, los Grateful Dead decidieron no actuar y huyeron del recinto. Después de una tensa calma, el cuarteto de folk rock concluyó su actuación. El clímax del descontrol sobrevino con la llegada de The Rolling Stones. Justo en la quinta canción del set, “Under My Thumb”, un joven afroamericano llamado Hunter Meredith (18), a quien ya los Hell’s Angels habían apartado del escenario de mala manera, regresó con pistola en mano. Acto seguido, el Hell’s Angel Alan Passaro lo detuvo y le propinó cinco puñaladas causándole la muerte de manera instantánea. Tras un breve receso, los Stones continuarían con ocho canciones más hasta cerrar el show.
Una vez finalizado aquel tormentoso evento, el saldo negativo no se hizo esperar: 1 muerto por apuñalamiento, 3 decesos accidentales (2 por accidentes automovilísticos y 1 por ahogamiento causado por ingesta de estupefacientes), numerosos autos robados y luego abandonados, decenas de heridos, innumerables daños a la propiedad… Se daba así un funesto cierre a una década que, irónicamente por aquellos días, pregonaba la existencia terrenal del paradisíaco “love and peace”.




