En un bello y extenso poema del colombiano Jorge Zalamea Borda, conocido como “El sueño de las escalinatas”, su autor retrata de manera tortuosa y sobrecogedora la marginalidad y la desigualdad (creadora de la gran tragedia humana que hoy viven los pueblos) a través de la palabra viva y honesta, para expresar las penas y las alegrías de los pueblos, apelando a la bondad y a la participación de quienes sufren, para juntos unirse en una querella común.
En ella, Zalamea convoca a todos los seres de condición contradicha para que en un acto de bondadosa y esperanzadora comunión conjuguen esfuerzos en la búsqueda de un futuro de unión y justicia… Ese llamado, esa convocatoria, se ha difundido, generando notoriedad y ha sido adoptada por un gran universo de personas, renovando así, sentimientos encontrados que yacían ocultos siendo el más relevante, la bondad.
Hoy, en medio de la crisis que nos agobia tratamos de sepultar las penas y rescatar la alegría de los pueblos, recurriendo a la generosidad y a la participación de quienes se sienten oprimidos, aislados, excluidos; por donde quiera surgen los espontáneos, los que lo dan todo sin pedir nada a cambio, que engrandecen de esperanza el espíritu, el cuerpo y el alma de quienes sufren en un silencio lacerante, de los que anhelan ser escuchados y comprendidos, sus lamentos y sus necesidades encuentran eco, se viriliza el dicho: manos van, manos vienen, todos acuden , y ¡ crece la audiencia de los que dan y los que reciben!.
Esa respuesta esperada no nos sorprende, es innata en el pueblo; la vimos ayer en los mejores tiempos y hoy, estos votos de creciente humanismo e humildad los renovamos con más fuerza y más protagonismo. Los gritos, las voces y los hilarantes lamentos encuentran cordial respuesta en los barrios, en la vecindad, en las calles; todos ven, todos escuchan, el efecto multiplicador crece y las réplicas avanzan indetenible.
En esos tiempos de aparente y confuso bienestar, esos hábitos dadores de vida, esa virtud distintiva, estaba hibernando, y aún así, su energizante bondad se difundía. Con el paso de los tiempos y terminaba la hibernación, reapareció cuando más se necesitaba, no habiendo lugar donde no llegara.
Hoy, esta bondad abunda abrumadoramente, se consolida y crece con marcado entusiasmo; su ejemplo cunde, es espontánea, responde como un contrapeso a la crueldad, el estrés y la ansiedad social; por su compasión somos más diligentes y esto trae inmensos beneficios, nos hace sentir útiles y aumenta la satisfacción con la vida, reduce la soledad , el aislamiento, el abandono, y fortalece y vigoriza nuestro estado emocional. El pasado 13 de noviembre se conmemoró el Día Mundial de la bondad, virtud que nos impele a tratar a los demás, cómo te gustaría que te trataran a ti, virtud que te hace diferente cuando regalas una sonrisa, das una palabra de ánimo a alguien que necesita confiar, desahogarse.
En esta hermosa Navidad, llénate de humanismo y humildad, vayamos en pos de la confianza, la seguridad y tranquilidad en nuestro entorno; a falta de un regalo material, es saludable y gratificante la sonrisa del que da y del que recibe, un saludo cordial y afectuoso, un buenos días, buenas tardes, un cómo estás, un abrazo, una caricia, una mano de apoyo y sostén, un te quiero, serán suficiente para exteriorizar los rasgos de bondad. Generemos un Marco de ternura donde brillen las necesidades de los demás, recurriendo a nuestros valores, y a las fuerzas que guían nuestra motivación y nos hacen responsables de nuestras decisiones.
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