Para Abel Figueroa
Si el entierro es el fin de la vida – en él se cumple la distancia definitiva entre el muerto y los deudos – el velorio es el reino de las emociones conflictivas, el espacio donde el desordenado tiempo interior no se decide entre acatar la muerte o negarla, ello por la engañosa estadía de ese muerto que aún no se ha convertido en recuerdo; un cadáver de cuerpo presente es una presencia inquietante precisamente por el hecho de que la ausencia no acaba de cumplirse del todo.
En el Caribe el entierro se haya profundamente arraigado entre las prácticas sociales de nuestro pueblo y constituye uno de los motivos principales más utilizados como inexcusable recurso para promover y propiciar un acercamiento entre los hombres, un rato de confraternización y de solidaridad con el sufrimiento o el dolor ajeno. Pero también asusta esa cita a las 10:00 am a las 2:00 pm o a las 4:00 pm con la sepultura; la muerte es la última prisa del vivir, la sepultura es la penúltima cita con el olvido. Una vez convertidos en cadáveres comenzamos a apestar a la memoria. ¿Excepto los inmortales cómo Héctor Lavoe? “El cantante de los cantantes”. No sé, quizás lo que llamamos inmortalidad es el modo terrenal del infierno.
Jamás salir de la necesidad es poco consuelo para el olvido. Pues, bien, en este clásico de la salsa en ritmo de bomba titulada: “Si me muero mañana” con Héctor Lavoe y la síncopa trombonera de Willie Colón. En este tema Lavoe visiona su propio velorio con un lenguaje musical directo y conciso con una banda breve y una combinación de trombones más ritmo completo que le dio un estilo mucho más íntimo y directo contra aquella salsa estéril y predecible que pretendía alejarse del barrio.
En esta canción el sonero recurre al símbolo del velorio para imponer la ficción sobre la realidad. Aunque expresada ésta en su exacta dimensión, que como un conjuro humano buscará acudir a la premonición para espantar la sombra trágica de la muerte. Ese escorial permanente que es la cultura hispánica se concreta aquí en un entierro simbólico.
La muerte como sonido queda burlada del modo más ejemplar. Pero Héctor Lavoe, sin embargo, no traiciona la realidad. Sino que se aferra a ella y la hace servir a sus designios abandonándose al dolor que rebasa sus fuerzas y al desamparo transformándose todo este espectro en una franca sensualidad fúnebre.
En todo dolor comunitario hay una pisca de narcisismo: si no lo creen pregúntele a la tragedia griega o a las rasgaduras de vestido bíblicos, o al planto medieval.
Es un acatamiento sensual a la vez que un testimonio histórico. En este velorio el ritmo se convierte en realidad sonora llevando el montuno con toda la fuerza del tema, con mambos considerablemente largos, y con un par de solos.
A diferencia de Ismael Rivera, para Héctor no hubo multitudes en procesión.
El cortejo fúnebre que los despidió en el Bronx fue tan caótico y aparatoso que, según cuentan, Héctor llego tarde hasta el día de su entierro. Pero el dolor ante su partida fue tal vez más hondo y lacerante. El velorio simbólico de Héctor Lavoe, así como lo visionó él en esta canción, se cumplió a cabalidad, esta premonición de la muerte transcendió en expectativa sonora.
Yo vi cuando “El cantante de los cantantes” se levantó de la caja fúnebre y salió a bailar y – dijo como el poeta Pablo Neruda – que se vaya al carajo la muerte.




