Algunas veces el Señor Jesús les llamó la atención a sus apóstoles diciéndoles: “Prestad atención, al que tiene se le dará, al que no tiene, aunque tenga algo, se le quitará». San Juan Crisóstomo dijo: «Al que es diligente y fervoroso se le dará toda la ayuda de Dios, pero al que no tiene amor ni fervor, ni tampoco coopera, no se le dará lo de Dios, porque lo que parece tener, lo perderá, no porque Dios se lo quite, sino porque está incapacitado para tener nuevas gracias».
La enseñanza fundamental de la vida interior de los cristianos es: ¡Al que tiene, se le dará, aún más gracias del Espíritu Santo! Ahora bien, la vida interior, como el amor, están destinadas a crecer, pero si tú dices basta, ya has muerto, porque cuando no se avanza, se retrocede, porque el Salmista dice: «El Señor anda solícito por mí».
Ahora, las dificultades, tentaciones, obstáculos internos o externos, son motivos para crecer. Entonces, cuanto más fuerte es la dificultad, mayor es la gracia, como ayuda del Señor, que convierte lo que parece entorpecer “la vida interior» en progreso personal, porque solo el des-amor y la tibieza hacen morir la vida del alma, y la falta de generosidad con Dios retrasan o impiden la unión con él. Según la capacidad que el vaso de la fe lleva a la fuente, así será lo que recibas.
Jesucristo es una fuente inagotable de ayuda, de amor, de comprensión. Entonces, ¿Con qué deseos nos acercamos a él? Le decimos en nuestra oración: “¡Danos más y más sed de ti, que te deseo con más intensidad que ese pobre que anda perdido en el desierto, cerca de morir por falta de agua!».
Las causas del desaliento o no progreso de la vida interior pueden ser muy diversas, pero podríamos reducirlas a unas pocas. El descuido, la dejadez en cosas pequeñas que miran al servicio y amistad con Dios, al retroceder en los sacrificios que él nos pide: Pequeños actos de fe o amor, acciones de gracias en la misa, visitas al Santísimo, sabiendo que nos encontraremos con el mismo Jesús, que nos espera, amabilidad en contestar, ser afables al pedir.
Las cosas pequeñas hechas con amor constituyen nuestros tesoros de cada día para llevar a la eternidad, pretendiendo otras cosas, sería equivocarse de camino. Un santo del siglo pasado recordaba la historia de ese personaje relatado por un autor francés, que buscaba cazar leones en los pasillos de su casa, pero no los encontró. Nuestra vida es común y corriente, y tratar de servir al Señor con cosas muy grandes, sería como tratar de encontrar leones en los pasillos de nuestra casa, para volver con las manos vacías, sin llevar nada al Señor.
Pero, las gotas de agua en el desierto fecundan esa tierra, así una mirada a la imagen de la Santísima Virgen, una genuflexión ante el Sagrario, el rechazo de distracciones en nuestro trabajo, evita la pereza y crea buenos hábitos.
Si actualizamos el deseo de agradar al Señor, cuando llegue algo mejor para presentar al Señor, sabremos sacar provecho de esa acción que Dios ha permitido. Se cumplirán así las palabras de Jesús: ¡El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho!
Otra causa del retroceso en la vida del alma es negarse a aceptar los sacrificios que pide el Señor. Esta falta de generosidad es producto de nuestro egoísmo, para desarrollar el amor necesitamos un poco de empeño para buscar a Cristo durante el día, en vez de buscarnos a nosotros mismos.
El amor a Dios se adquiere con la gracia, pero en nuestro interior hay contradicciones o resistencias que se oponen a la gracia, por fuerzas extrañas y hostiles del mal, entonces, para lograr la ayuda de la gracia necesitamos nuestro empeño y recomenzar una y otra vez sin desanimarnos. Cuanto más fieles seamos a la gracia, más nos ayudará él, porque el amor reclama siempre más amor.
En la vida diaria, la vida interior tiene una particular oportunidad de crecer cuando se presentan situaciones adversas. Y para el alma no existe un obstáculo mayor que el creado por nuestras propias miserias y por la falta de amor. Sin embargo, el Espíritu Santo nos enseña a reaccionar de modo sobrenatural, con un acto de contrición: ¡Ten piedad de mi Señor, porque soy un pecador!
San Francisco de Sales dice: «¡Debemos sentirnos fuertes con estas jaculatorias, hechas con actos de amor, dolor y deseos de una viva reconciliación a fin de que, por medio de ellas, nos confiemos a su corazón misericordioso! Los actos de contrición son un medio eficaz para el progreso espiritual.
Pedir perdón es amar, es contemplar a Cristo cada vez más dispuesto a la comprensión y a la misericordia. Y como somos pecadores, nuestro camino estará lleno de actos de dolor, de amor que llenan el alma de esperanza y de nuevos deseos de emprender el camino de la vida santa. Es necesario volver al Señor una y otra vez sin desánimo ni angustia, aunque hayan sido muchas las veces que no hayamos respondido al amor.
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