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martes, noviembre 11, 2025
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William López…Aquellos años sesenta

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Los guameños somos privilegiados con las personas que llegan de fuera a trabajar. Los sacerdotes enviados originalmente por el monseñor Benítez, obispo de Barquisimeto, eran personas nobles. Los maestros que llegaron a ofrecer sus enseñanzas, fueron buenos profesionales y buenas personas; los médicos, ni hablar, dignas personas. Las autoridades que llegaron merecen el mismo calificativo; los particulares que llegaron con sus familias a residenciarse, a ofrecer sus servicios, se integraron a nuestra comunidad y formaron parte de nuestra querencia.

En esa década hubo progresos positivos. El país iniciaba el experimento democrático. En el poder Ejecutivo, don Rómulo Betancourt era el presidente de la República, elegido en libres comicios. El pueblo estaba lleno de ilusiones. Vinieron nombramientos de Caracas. Dos de los nuevos gobernadores de la época democrática eran guameños.

Emergieron cosas buenas: se construyó un nuevo acueducto con previsiones para el aumento poblacional, se construyó una casa cuna para infantes, atendida por personal calificado; se terminó el Grupo Escolar José Tomás González, se creó el Liceo Carmelo Fernández, se construyó la red de cloacas, se construyó un moderno templo, un estadio y una manga de coleo. Asimismo, se unió Quigua con Guama por amplia carretera, que años después fue asfaltada; se crearon en nuestra periferia institutos de educación primaria.

Había trabajo para todos. Nuestros mandatarios regionales sugirieron a los contratistas de obras que dieran prioridad, dentro de sus capacidades, a los integrantes de nuestra población.

Fui monaguillo en esa época, y recuerdo que a monseñor Críspulo Benítez Fontourvel, obispo de la Diócesis de Barquisimeto y luego arzobispo, le agradaba pernoctar en Guama. Nuestro párroco durante el papado de su santidad Juan XXIII, Luis Zio Zoico, italiano de exquisito gusto musical, de voz grave, culto, humilde y con conciencia social, durante los actos religiosos con motivo del fallecimiento del Sumo Pontífice, nos reveló, mientras su noble rostro era cauce de sentidas lágrimas, que “Juan XXIII, era un buen hombre”. Que él lo había conocido, pues fue su secretario cuando este era patriarca de Venecia.

Finalicemos estas vivencias con un recuerdo: costó lograr la terminación de nuestro templo. En la recta final de la obra, se presentaron desacuerdos entre el gobernador Dr. Pedro Saturno Canelón y el padre Zio, nuestro párroco.

Hoy las analizó y en el fondo estos queridos personajes chocaban al querer lo que consideraban mejor para el templo. Por fin, terminó la construcción y el acabado de la misma. Llegó la inauguración. Se cumplió el protocolo oficial, y diríamos eclesiástico. Vino un pequeño compartir entre autoridades eclesiásticas y oficiales. Todo era cordialidad.

El sacerdote y el gobernador no se habían dirigido la palabra. De pronto, el padre Zio deja de conversar con el obispo, levanta el índice derecho, señala al gobernador Saturno, se abalanza sobre él y mirándolo a la cara con su voz grave y alta le dice ante la sorpresa de los presentes más o menos esto: “¡Eres un soberbio, pero un buen hombre! Dame un abrazo”. En ese momento, impresionados todos y privados de risa, se confundieron Iglesia y Gobierno en un fraternal abrazo.

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