
Las regiones que hoy conocemos como Palestina e Israel, han sido puntos de encuentros y conflictos históricos, culturales y religiosos durante milenios. Antes de los acontecimientos que desencadenaron el conflicto moderno, la zona conocida como Palestina, era un territorio con una rica y diversa historia.
Durante siglos, la región fue un crisol de civilizaciones, controlada por diversos imperios como el egipcio, babilonio, persa, macedonio, romano y, más recientemente, otomano. La población estaba compuesta, mayoritariamente, por árabes palestinos, que incluían a musulmanes, cristianos y judíos, conviviendo en comunidades con profundas raíces en la tierra.
Las ciudades de Jaffa, Jerusalén y Hebrón, entre otras, eran centros de comercio y vida cultural. A finales del siglo XIX, la región formaba parte del vasto Imperio Otomano y se caracterizaba por su diversidad religiosa y social.
Paralelamente, el movimiento sionista ganó fuerza en Europa a finales del siglo XIX. Este movimiento político, impulsado por el deseo de los judíos de escapar del creciente antisemitismo y persecución, buscaba el establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en su tierra ancestral, o «Tierra de Israel» (Eretz Israel).
Las primeras olas de inmigración judía, conocidas como Aliyá, comenzaron a llegar a Palestina, comprando tierras y estableciendo asentamientos agrícolas. La población judía en la región creció de forma constante, lo que generó tensiones con la población árabe preexistente.
El fin de la Primera Guerra Mundial marcó un punto de inflexión. El Imperio Otomano se disolvió y el control sobre Palestina fue otorgado al Reino Unido bajo un mandato de la Sociedad de Naciones.
En 1917, antes de asumir el control, el Gobierno británico emitió la Declaración Balfour, un documento que expresaba su apoyo al «establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío». Este acto, visto por muchos árabes como una traición, intensificó las tensiones.
Durante el mandato británico, la inmigración judía aumentó significativamente, impulsada en gran parte por la persecución en Europa. La población árabe palestina se opuso a esta política, temiendo la pérdida de sus tierras y de su identidad nacional.
Tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, la comunidad internacional, conmovida por el genocidio judío, apoyó la necesidad de un Estado judío. En 1947, la ONU propuso un plan de partición para dividir Palestina en dos estados, uno árabe y uno judío, con Jerusalén bajo la administración internacional.
La comunidad judía aceptó el plan, mientras que la mayoría de los líderes árabes lo rechazaron, argumentando que el plan era injusto al otorgar una parte significativa de la tierra a los recién llegados.
El 14 de mayo de 1948, con la salida de las fuerzas británicas, David Ben-Gurion proclamó la independencia del Estado de Israel. Esta declaración provocó inmediatamente la invasión de varios estados árabes, dando inicio a la primera guerra árabe-israelí.
Este evento, conocido por los israelíes como la Guerra de Independencia y por los palestinos como la Nakba (catástrofe), resultó en el desplazamiento de cientos de miles de palestinos y la consolidación de Israel en un territorio mayor al propuesto por la ONU.
Este conflicto, al igual que el de Rusia y Ucrania y posiblemente China contra Taiwan, es por la ambición de hacer crecer sus territorios a como sea, así sea provocando guerras y aunque las víctimas sean personas inocentes que nada tienen que ver con los conflictos territoriales. Hasta otro «Con Hidalguía».
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