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lunes, septiembre 29, 2025
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Trago Amargo…La IA al poder

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En Albania acaba de ocurrir algo profundo y atrayente, sobre todo a quienes tenemos a la tecnología como herramienta esencial en la forma de vida. Se ha presentado al parlamento de ese país a Diella, una ministra basada en IA, bajo la premisa curiosa de vencer a la corrupción y elevar la eficiencia en los procesos de contratación pública. Más allá de hacer jocosas composiciones fotográficas o impactantes invenciones de video, la IA es muchísimo más que lo conocido hasta ahora por el usuario común.

El campo de aplicación de la inteligencia artificial se pierde de vista en una posibilidad de acciones cotidianas y humanas que, por diversas y complejas razones, entran en una debacle en cada determinado ciclo como la seguridad, la vialidad, los servicios públicos o la operatividad de los Estados y el funcionamiento de los poderes. La IA puede asumir tareas actuales con tal precisión, velocidad y rendimiento que pone en el reflector el papel de la subjetividad humana. No es un guion de Black Mirror, es ahora y aquí.

¿Por qué las pruebas que se aplican a un estudiante de cualquier nivel en Tumeremo son diferentes a las aplicadas en Caracas, o diferentes a las aplicadas en una institución pública de una privada? Sin eludir que el docente como figura formadora es esencial para el desarrollo del alumno, las evaluaciones finales no tienen por qué inclinarse por la subjetividad. El punto es que una prueba universal puede ser aplicada a todos los alumnos de un año determinado, en todo un país, al mismo tiempo, a través de una IA.

Obviando lo relativo a la precisión de la corrección o lo extenso del contenido a evaluar y a las variables de contexto que pueden ser validadas de forma automática, tendríamos en menos de dos horas un resultado global que nos indicaría desde los mejores promedios, hasta las observaciones a lugar en cuanto al proceso formativo en general. Por supuesto, si la propuesta es aplicar parámetros discrecionales para no alertar sobre las deficiencias educativas, reduciendo la exigencia sobre el estudiante con la etiqueta de igualdad, no habrá avance, ni en IA ni en nada.

La justicia podría ser también un campo atractivo para evolucionar a través de la IA. ¿Qué pasaría si cada sentencia emitida por un sistema de justicia de una sociedad es revisada profundamente por una inteligencia artificial que pueda determinar errores en la aplicación de leyes u omisiones relativas a ellas?, ¿no sería un interesante punto para valorar de forma distinta el papel de los jueces y establecer criterios de rendimiento? Es claro que nos dirigimos a una humanidad cada vez menos consumidora de papel y menos dependiente de procesos manuales, luego es completamente razonable suponer que diversos procesos administrativos y burocráticos, como obtención de permisos de construcción, títulos de propiedad, poderes o algunos procedimientos con inmuebles, deben ser asumidos de forma automatizada. Sin embargo, no todo podría ser aceptable en un camino a la IA.

Recién el papa León XIV desechaba la posibilidad de crear una IA con su avatar para conectar con los católicos y hasta brindar orientaciones para la psiquis. La cinematografía es abundante con ejemplos de esta posibilidad y, apartando la ficción, todos carecen de lo que precisamente brindaría un equilibrio en la búsqueda del apoyo espiritual que cualquier persona podría requerir en un momento y no es más que la sincronía, la subjetividad de la retroalimentación y el descargo de saberse escuchado, más allá de un archivo de voz. Confesar pecados frente a un avatar pareciera ser no menos que automatizar y devaluar la introspección y el arrepentimiento, definiciones humanas en extremo.

Diella será un ensayo que dependerá de muchos elementos para tener éxito, como la confiabilidad o el impugnar sus criterios y resultados, entre otros tantos. Sin embargo, la bandera de combatir la corrupción es tan dudosa que solo me pregunto: ¿los políticos de Albania son incapaces de ser corruptos? Veremos.

No podemos suponer que las conductas cuestionables de políticos o gobernantes pueden ser subsanadas por sistemas acordados y orientados por ellos mismos, aunque no es irracional tal suposición. Sin embargo, entender que mucho de lo que consideramos como mecanismos propios de la IA y su crecimiento exponencial están en proceso de cultivo, nos da una idea aproximada de un futuro en donde determinadas decisiones, que no deben ser orientadas por la discrecionalidad de un funcionario, podrían ser asumidas por sistemas de disposición modernos, eso abre el compás para una implementación masiva que beneficiaría a la humanidad. ¿Puede la inteligencia artificial asumir funciones propias de un Estado, especialmente en su parte administrativa y burocrática?

Más que ciencia ficción, la idea toma fuerza en ese futuro político deseable y esa gestión pública limpia de vicios. Imaginemos ese futuro haciendo trámites desde un PC o una tablet con más eficiencia, rapidez y, al menos en apariencia, imparcialidad. Sin embargo, el encantamiento de esta hipótesis se estrellaría contra el muro de la manutención de sistemas políticos parasitarios y ganados al burocratismo, porque la burocracia, con toda su carga de papeles, retrasos, permisos, funcionarios mal encarados, vigilantes que se consideran semi dioses y sellos extendidos en tiempo, no es un accidente del Estado, sino uno de los mecanismos que, en aras de garantizar orden, igualdad y acceso, se traducen en cargos, muchos cargos para la filiación proselitista.
Sustituir eso por inteligencia artificial, implica atentar contra un modus vivendi acordado en la política como un mal necesario. O, siendo más preciso, la relación entre ciudadano y Estado cambiaría la naturaleza de la política finalmente.

Quienes defienden a la IA como funcionario de alto nivel aciertan, por ejemplo, en la desaparición de la arbitrariedad. Una IA aplicada a los trámites podría eliminar la discrecionalidad de esa secretaria sedienta de café o devoradora de chocolates. Como he dicho, un pasaporte podría ser tramitado en minutos, una licencia otorgada sin trabas absurdas, una solvencia emitida libre de favoritismos.

La burocracia dejaría de ser esa fuerza desmotivadora que hace llevarse las manos a la cabeza cuando se pierde o se vence un documento. Sin embargo, conviene desconfiar de todo espejismo tecnológico. Detrás de cada sistema de inteligencia artificial habrá un conjunto de datos cargados de historia, sesgos y desigualdades.

La máquina reproducirá y a veces amplificará esas irregularidades que ha sido su sustento. Así que ese ideal de burocracia justa e incorruptible puede convertirse en un nuevo laberinto, aún más opaco que el actual, porque, tal como planteamos al inicio, ¿quién podría cuestionar una decisión si fuese el algoritmo inaccesible para la mayoría?

Hay además un riesgo menos evidente, y es que la administración pública no se reduce a trámites. Es también la ocasión de ser escuchado, sobre todo en derechos o problemas colectivos, acerca de un caso excepcional, de encontrar comprensión en circunstancias extraordinarias. Un funcionario, en alguna instancia, puede apiadarse, podría entender más allá de las casillas o una encuesta; un algoritmo, nunca podría hacerlo.

El verdadero dilema, entonces, no es si la inteligencia artificial puede hacerse cargo de la burocracia, si no qué estamos dispuestos a dejar en sus manos. ¿Queremos que solo ejecute normas definidas por legisladores y gobiernos humanos? Sería razonable. ¿O estamos abiertos a que sugiera —y en algún momento decida— políticas sobre la base de su capacidad predictiva? En ese terreno ya no hablamos de eficiencia, sino de soberanía política y democrática. Veamos cómo le sale este experimento a Albania. Que la politiquería ponga las barbas en remojo.

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