
Cuando comenzó la vida pública de Jesús, ocurrió una boda en un pueblo cercano a Nazaret llamado Caná, a esa boda, y por razones de amistad fueron invitados Santa María, Jesús y sus apóstoles. En esa época era habitual que las mujeres amigas prepararan todo lo útil y necesario para este evento. Comenzó la fiesta, pero por falta de previsión o inesperada llegada de más invitados, faltó el vino. Santa María se da cuenta de que el vino escasea, y allí está Jesús, que acaba de inaugurar su vida pública como mesías. Ella lo sabe perfectamente.
Entonces ocurre un diálogo curioso entre madre e hijo. La madre de Jesús le dice: «No tiene vino», exponiendo una necesidad, y así nos enseñó a rogar. Pero Jesús responde: «Mujer, qué nos va a mí y a ti. Todavía no ha llegado mi hora». Pareciera que Jesús no va a hacer nada, pero ella conoce a su hijo, y le dice a los sirvientes: “Haced lo que él les diga”.
Santa María es madre de Jesús y madre nuestra, y es atentísima de todas nuestras necesidades, como ninguna madre lo hace. El milagro ocurrirá, porque Santa María lo pidió. Ahora bien: ¿Por qué tienen tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de una madre de donde procede su eficacia y con carácter de autoridad, y como Jesús ama inmensamente a su madre, que no puede rogar sin ser atendida.
Nadie pide a Santa María que interceda ante su hijo en favor de los consternados nuevos esposos. El corazón de María no puede menos de compadecer a estos esposos y se encargó por sí misma del oficio de intercesora y pidió a su hijo el milagro, aunque nadie se lo pidiera. Una pregunta: ¿Qué hubiera ocurrido si alguien le hubiera solicitado ese milagro?, ¿Qué cosa no conseguiremos, si nos empeñamos en acudir a ella una y otra vez?
Omnipotencia suplicante, así la ha llamado la piedad cristiana a nuestra Madre Santa María, porque su hijo es Dios, y nunca le niega nada. Ella está siempre pendiente de nuestras necesidades espirituales y materiales, y desea más que nosotros mismos que no cesemos de implorar su favor ante Dios en favor nuestro, cuando lo que pedimos, tarda.
Acudamos con más frecuencia a nuestra Señora, con más confianza en la petición, sabiendo que ella nos alcanzará lo que más necesitamos. Si ella consiguió de su hijo el vino que era muy necesario, ¿No va a remediar tantas necesidades que con urgencia tenemos? Señor Jesús, deseo abandonar todo lo mío en las manos generosas de nuestra Madre, como en Caná le dijo: “No tienen vino”.
Dos veces ha llamado San Juan, madre de Jesús, a nuestra madre Santa María. La próxima ocasión será en el Calvario, y existen diversas notas análogas entre Caná y el Calvario. Comienzo y final de su vida pública, en ambas ocasiones estaba presente María, en Caná intercede: «aún no ha llegado su hora», en el Calvario: aceptó ser la misión de ser «Madre de todos los creyentes».
En Caná de Galilea se muestra algo quizás de poca importancia: «No tienen vino», en el Calvario se pone «en medio», se hace «mediadora, pero no como extraña, sino como madre de Dios, haciendo presente las «necesidades de los hombres», entonces dijo: «Haced lo que él les diga», y los sirvientes llenaron hasta arriba las tinajas de piedra para purificaciones.
El Señor dijo entonces: “Sacad ahora y llevadlo al jefe de los sirvientes. Y ese vino era mejor que el ya servido, Así el Señor espera que hagamos nuestro trabajo, bien acabado, lo cual convierte nuestro trabajo en una fiesta. Jesús pudo hacer su milagro con las tinajas vacías, pero quiso que el hombre cooperara con trabajo, que se convirtió en gloria.
Jesús no nos niega nada, en especial lo solicitado por su madre. Ella se encarga de enderezar nuestros ruegos y siempre nos consigue mucho más de lo que pedimos, como ocurrió en la boda de Caná. San Juan observa con interés, que las seis tinajas de piedra tenían una capacidad de dos a tres «metretas» (una metreta es igual a 100 litros, más o menos) con lo cual podemos concluir que este regalo fue, más o menos, al equivalente de 120 litros por tinaja, que finalmente sería un total de 720 litros de vino, que pone de manifiesto su abundancia.
San Juan compara este milagro con el de la «multiplicación de los panes», pues una señal de la llegada del Mesías es la abundancia. Algunos comentarios hablan de que el Señor convirtió entre 480 y 720 litros de agua en vino conforme a la capacidad de estas vasijas judías de esa época. Isaías dice que «serán como corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios», » Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada. Te llamarán mi favorita, y a tu tierra desposada». Porque «El Señor se prefiere a ti y tu tierra tendrá marido».
Un joven se casa con su novia: alegría del marido y su esposa, la encontrará Dios contigo. Es la alegría y la intimidad que Dios desea tener con todos nosotros. San Juan está asombrado y da un paso a su fe. “Haced lo que él les diga”, fueron las últimas palabras de nuestra Señora en el Evangelio, y quizás las mejores.
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