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viernes, julio 4, 2025
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Ismael Montoya…Corrección personal

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La Sagrada Escritura nos dice que: “Dios se vale de hombres fuertes para anunciar a otros el alejamiento del camino del Señor”. El libro de Samuel nos muestra a Natán hablándole al Rey David acerca de sus graves pecados, que a pesar de su evidencia y de ser conocedor de la ley, el deseo se apoderó de su alma aletargada y necesitó de la luz del profeta para que le hiciera tomar conciencia de su mala conducta.

Natán, para hablar con el Rey David, usó una parábola: «Había dos hombres en un pueblo, uno rico, dueño de rebaños, y el otro muy pobre, que tenía solo una corderilla. Un día llegó una visita importante a la casa del rico, y este cogió la corderilla del pobre para recibir a su visita y no perder una oveja o un buey de su propiedad». ¡Eso conforme a la ley es reo de muerte!

Natán, entonces, le dijo al Rey: ¡Ese hombre eres tú! David recapacitó y se arrepintió de sus pecados, y lo expresó así: «Apiádate de mí, ¡Oh Dios! Expresado en un Salmo, que la Iglesia nos propone como modelo de contrición. Según tu piedad, según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi iniquidad. Y así David hizo penitencia grata a Dios».

Ahora bien, todo esto gracias a la corrección fraterna como la de Natán. Advertencia oportuna y llena de fortaleza.
Entonces, uno de los mayores bienes que podemos prestar a nuestros prójimos en ocasiones heroicas, es la corrección fraterna, porque, aún en nuestras propias familias, podemos encontrar hábitos alejados de la formación cristiana: impuntualidad, difamación, brusquedades, impaciencia, faltas a la justicia en las relaciones laborales, mal ejemplo, sin sobriedad o templanza, faltas por gula o ebriedad, dilapidación de dinero en loterías, situaciones que ponen en riesgo la fidelidad conyugal.

Obviamente, una corrección fraterna a tiempo, llena de caridad y comprensión, con el interesado puede evitar muchos males, escándalos o daño familiar difícil de reparar, o para que alguno se corrija o se acerque más a Dios. En suma, la corrección fraterna es la mejor manera de ayudar al prójimo después de la oración y del buen ejemplo, siguiendo lo planteado por el Señor.

San Pablo dijo: “Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta, no le miréis como enemigo, si no corregidlo cómo a un hermano con espíritu de mansedumbre”.

El apóstol Santiago alienta a los primeros cristianos recordándoles la recompensa que el Señor les dará: Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro, hace que este vuelva a ella, debe saber que el que hace que este pecador se convertirá en su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá la cantidad de sus propios pecados.
Nada pequeño, sin excusarnos con esa frase de Caín: “¿Acaso soy el guardia de mi hermano?”. Sin duda, las escusas que podrían decirse en nuestro ánimo para retrasar o no hacer la corrección fraterna, están el miedo a entristecer a quien hemos de hacer estas advertencias.

Resulta paradójico que el médico no deje de decir al paciente: «Que si desea curar, debe sufrir alguna dolorosa operación», pero nosotros, los cristianos, tenemos a veces reparos en decir a los que nos rodean: “¡Que está en juego la salud de su alma!”.

Por desgracia es grande el número de personas que por no desagradar a alguien que, está viviendo sus últimos momentos de su vida terrestre, callan su estado real, haciéndole un muy grande mal de incalculables dimensiones. ¿Pensaríamos que alguien que procedería así es nuestro amigo? Ciertamente que no, pero la gente procede así para no desagradarnos.

En la práctica de la corrección fraterna se cumple lo que dice la Sagrada Escritura: «El hermano ayudado por su hermano, es cómo una ciudad amurallada». ¡Porque nadie ni nada podrá vencer la caridad bien ejecutada! Esta muestra de amor mejorará a las personas y también a la sociedad ,y evitará murmuraciones y críticas que quitarán la paz del alma y perturbarán las relaciones entre los hombres. La amistad, si es sincera, se hace más profunda y más auténtica con una corrección oportuna, y la amistad con Cristo crece cuando ayudamos a un familiar, amigo o colega con esta corrección clara y valiente.

Al hacer la corrección fraterna, se han de vivir una serie de virtudes, sin las cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. Cuando tengas que corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno y sin humillar…..con ánimo de aprender y mejorar tú mismo lo que corrijas: ¿Cómo Cristo lo haría si ocupara nuestro lugar? Con delicadeza y fortaleza, porque a veces la falta de paz interior nos puede llevar a ver nuestros propios límites.

Debemos corregir con amor y no con deseos de hacer daño, sino con cariñosa intención de lograr la enmienda, porque si lo haces por amor propio, nada haces. Pero si es el amor lo que te mueve, obras bien. La humildad nos enseña, quizás más que cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y el modo que no ofende, porque nos recuerda, que también nosotros necesitamos muchas ayudas similares.

La prudencia nos lleva a hacer estas advertencias en el momento más oportuno, y nos lleva a tomar en cuenta el modo de ser de esa persona y las circunstancias por las que pasa, como los médicos buenos, que no curan de un solo modo, sino que tienen varias recetas, según sea el paciente. Después de efectuada la corrección fraterna, hay que ayudarlos con el ejemplo, mortificación y oración.

Ahora bien, si nosotros somos objeto de corrección fraterna, debemos recibirla con humildad y silencio, sin excusarnos, reconociendo la mano del Señor, en ese buen amigo, con gratitud, porque alguien se interesó de verdad por nosotros y con la alegría de saber: que no estamos solos para enderezar nuestros caminos, que nos deben llevar siempre al Señor.

Para terminar esta meditación, acudamos a la Santísima Virgen María, «Mater boni consilii», para que nos ayude a vivir siempre esta muestra de caridad fraterna, que es amistad verdadera o aprecio sincero para aquellos con quien nos relacionamos continuamente.

Leer también: Crecimiento de la vida espiritual

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