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viernes, noviembre 22, 2024
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Mi único récord

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El amigo William Ojeda García publicó una fotografía de la vieja iglesia de Guama con una leyenda que indica: “Municipio Sucre, Yaracuy, tendrá su cronista oficial”. Para mí es una buena noticia, así dejará de perderse nuestra bonita historia. 

Un cronista contribuye a conservar la identidad de los pueblos. Quiera el buen Dios que se materialice. Ya era hora. He observado que casi todos los municipios tienen su cronista, y nosotros en Guama estábamos como rezagados. Hay buen recurso humano para que tal designación recaiga en una buena cabeza. 

Siento especial afecto por el amigo y tocayo Ojeda, tiene buena madera, es hijo de un buen ciudadano, un ser que en vida me distinguió con su cariño, me refiero a don Nicolás Ojeda, noble yaracuyano. La fotografía en referencia, es de colección, muestra impecable, hermosa y clarita antigua iglesia de Guama.

Ese templo, es de grata recordación. No olvidamos aquellas tres naves imponentes en su interior, y entre ellas aquella celestial nave central, majestuosa que desembocaba en el altar mayor elaborado en madera y que contenía ese arte medio barroco que brindaba solemnidad a ese delicado lugar, desde donde oficiaba la santa misa nuestro sacerdote.

Era una construcción colonial, con un alto  techo de tejas, cuidadosamente elaborado, un coro en un nivel superior ubicado al oeste del altar. Su cóncava pila bautismal, toda una obra de arte; las imágenes de los santos la custodia, sus bancos donados por los fieles.

No olvido aquel confesionario cuidadosamente elaborado en madera (no sé si de caoba o cedro), donde en la niñez, emocionados, expresamos aquella pulcra confesión previa a la primera comunión. 

La inocencia nos rebasaba en medio de aquel misterio emotivo que nos invadía para la primera confesión. Recuerdo que no teníamos pecados y tratamos de inventar uno, y se me ocurrió decirle al confesor que sentía un escalofrío cuando veía a una  amiga.  El confesor, sonriente, me dijo: “Hijo, eso no es pecado”.

Entonces, contesté:  Y por qué me pongo frío y nervioso. El sacerdote, no dejaba de sonreír y expresó algo así: “Son emociones enviadas por Dios. Pero eso no es pecado”.

Le había confesado a mi amiga el escalofrío que ella me provocaba y ella fué quien me dijo que eso era pecado y debía confesarlo. Al terminar la confesión, ella estaba en la cola para confesarse, al verla le grité:  ¡Embustera! 

Ella me contestó en voz alta que no lo era. Aquello perturbó la paz reinante. El sacerdote salió del confesionario, se enteró de lo ocurrido, me tomó por el brazo izquierdo mientras me decía molesto: “¡Esto si es pecado!”. 

Me llevó al confesionario y en menos de cinco minutos, me confesé dos veces. Creo que es el único récord que tengo. Reminiscencias de la inocencia.

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