Se descubre que este rapero, Puff Diddy, -nombre artístico de Sean Combs-, ha sido puesto en el ojo de la polémica por descubrirse todo un complejo entramado alrededor de la industria de la música estadounidense que, en la visión más simplista, involucra altas personalidades, drogas, prostitución, trata de personas, y, pedofilia. Todo un catálogo de lo proscrito, en tiempos en donde la moral y la ética parecen ser un esnobismo alejado del presente y la realidad. Podría decir que, desde el caso Epstein, -otro personaje de la farándula, etiquetado como el más influyente proxeneta de los tiempos recientes en Estados Unidos-, este tipo de cosas no me sorprende en esencia, sino en su extensión. Ambos casos tienen un punto en común y es ese espíritu de sospecha que gravitaba siempre sobre los mismos, ese “todos sabían, pero nadie decía”, una especie de acuerdo tácito -y público- entre famosos y perversión.
Aunque no parezca existir una vinculación directa entre estos casos y la realidad de la agenda woke, mucho del intento de la normalización de la pedofilia y la explotación sexual que promueve como libertad el movimiento progre, vienen dentro de un paquete de estrategias articuladas, a veces sutiles, a veces reconocibles a pesar de sus disfraces. La cosa va por el asunto de la autopercepción de género y la promoción de la absoluta libertad sexual, barrera de índole ética que se sobrepasa como forma de emancipación cultural, por tanto, se normaliza que la sexualidad sea un medio y un fin a la vez, sin el límite del mundo infantil. No es casualidad que en algunos países “progres”, los niños puedan escoger su género, -un nuevo concepto que viene a suplantar la naturaleza del sexo y que relega la carga de cromosomas a un juego de interpretación-, y, a su vez, esas mismas sociedades rebozan de casos de adultos que se auto perciben como niños, como animales, como cosas, o, se auto perciben como todo y nada a la vez, un delirante caso que sería una delicia para Schrödinger y todos los físicos cuánticos.
Puff Diddy viene a ser un recordatorio de lo que produce la sociedad y no de una instancia a oscuras de la misma. Los concursos de belleza, los concursos de talento, los reality shows, los programas de corte auto biográfico, vienen a ser, en su mayoría, parte de una estrategia de marketing que subyuga la condición humana al efecto de la fama pragmática, bajo el axioma de “ser famoso lo es todo, por tanto, se puede hacer de todo para ser famoso”. En este mismo sentido, podríamos encontrar la explicación de tantos influecers ganados al idiotismo, el cual viene a ser representado en las masas que los siguen. Todo este nuevo maremágnum desmoralizante, tiene justificación en quienes piensan que es “normal” que estas cosas pasen, y, que la libertad de ser idiota también es la potencialidad de difundir el idiotismo y hacer causa común alrededor de ello.
Hoy, muchos tienen frente a sí, una paradoja pura y simple “estos famosos, ¿se hicieron famosos por una estrategia o la fama llegó por su talento?”, y allí es donde no cuadran las letras vacías en tantos cantantes, el mensaje ridículo de muchos personajes, los cuerpos exuberantes de actores sin talento, y, los discursos que retan a toda forma de inteligencia. La estrategia de marketing no sería exitosa sin gente dispuesta a claudicar su raciocinio a cambiar de ir a favor de las modas.
Por ello, ver que la perversión es un aspecto social intrínseco es solo una hipótesis para mirar una realidad histórica. Tal vez, por la globalidad de las redes sociales y el acercamiento entre usuarios e información, tenemos discusiones más escandalosas, pero en nada particulares ni únicas. De seguro, hoy es más difícil ocultar esos bajos instintos que dominan a algunas personas con fama y poder, por ello la agenda globalista es financiada por grandes intereses económicos, pero aprobada por “nadie”. Qué curioso.
Desde una perspectiva de realidad noticiosa, de seguro las perversiones atribuidas al personaje Diddy, no son nuevas, ni siquiera si nos referimos a la historia. Sin embargo, la evolución del ser humano y las sociedades implica la renovación de lo común en cuanto a ética y moral se refiere. Cuando hablamos de la vinculación de la agenda globalista en el tema de la perversión, lo hacemos desde una visión estrictamente práctica. Se propone que la libertad, aún en niños, es una paradoja en donde no son capaces de tener una cuenta bancaria, -sin el permiso de sus mentores o padres-, para guardar su mesada, si es que así lo desean, pero en contraparte, se le otorga el derecho al niño a escoger su género, por tanto, su inclinación sexual, en resumen, se le otorga el derecho de establecer vínculos afectivos con adultos, en tónica de parejas. Que, en otros momentos de la historia del hombre, o hasta en culturas actuales, eso aún sea posible, no le quita un ápice de barbarismo al proponerlo como una suerte de independencia sexual.
Hemos escuchado, y de seguro hasta promovido, que esas libertades son de un ámbito tan íntimo que es lo que se conoce como el mundo personal, el cual solo depende del individuo. Sin embargo, en cuanto a los niños, obviamente, debemos referirnos a la excepción a esta regla, por ser personas que están sometidas a un proceso formativo y a una instauración de código de ética y moral.
¿Es entonces la perversión una forma misma de contraponerse al sistema, de quebrantar las reglas en rechazo a ellas?, o si miramos la realidad del caso desde el pragmatismo, ¿el poder, en este ámbito de la fama, establece rituales o mecanismos por fuera de toda legalidad para pertenecer a tales círculos, precisamente, porque se asume que es un mundo susceptible solo al control de quienes lo integran?
Si un cantante para ser famoso requiere pasearse por varias orgias y probar varias camas para acceder a la cúspide, denota que, en teoría, la industria del espectáculo no solo posee unos preceptos carentes de toda moralidad, sino que además son todo espectro de manipulación y de intereses que en poco o nada tienen que ver con el talento, a menos de que nos refiramos a las destrezas que parecían dominar esas escandalosas fiestas del rapero y productor, hoy caído en desgracia.
En la primera parte tocamos, como analogía, lo que a decir de muchos ocurre en concursos de belleza de alto nivel y el fenómeno de los influencers cuyo contenido es inexplicablemente viral. En el primer caso, nadie puede asegurar que la belleza se rija por un parámetro que realmente puede ser cuantificable y certero. Eso no lo ha podido resolver la axiología a lo largo de su historia.
Pero tocando un poco las contradicciones, el globalismo y las tendencias de pragmatismo bárbaro, ¿a nadie le parece extraño que quienes les enseñen a las chicas participantes de un concurso de belleza a comportarse como una mujer elegante, sean precisamente personas que ni son mujeres, ni elegantes? En el caso de los influencers que arriesgan todo por la viralidad de las vistas y los likes, ¿a la gente le parece bien que sea a costa de autodegradación, de explotación sexual de la figura humana, o en peores casos, hasta pagando el precio de la propia vida?
Entonces, conviene no dejar de valorar que estas perversiones, más graves o más sutiles, tienen una resonancia que les permite una vida cíclica, viendo cada vez cosas en ese sentido, como la exaltación de la obesidad, la participación de niños en desfiles queer, o la educación que se brinda en unos países donde se enarbola la actualidad de las políticas woke en libros de infancia que enseñan con obligatoriedad el arte de la masturbación, lo normal que es la escogencia del género a corta edad, o se ataca a la familia, célula primordial de cualquier sociedad, hasta de las actuales.