San Marcos nos relata que, en una oportunidad en que el Señor entró a una Sinagoga, se encontró con un hombre que tenía una mano seca o paralizada. San Marcos dice que todos los que estaban en la Sinagoga, estaban atentos para ver: ¡Si él curaba al hombre en un día sábado! Pero, el Señor no se escondió ni disimuló y le dijo al hombre que se ubicara en el medio, para que todos lo pudieran ver bien.
Entonces el Señor preguntó:
¿Es lícito en un día sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla? Ellos permanecieron callados. Pero Jesús, indignado por la hipocresía de ellos, los miró airado y a la vez triste por la ceguera de sus corazones. Indignado aún por la dureza de sus almas, le pidió al hombre: ¡Extiende tu mano, él la extendió y su mano quedó curada!
Ese hombre enfermo se llenó de confianza en Jesús. Su fe se manifestó obedeciendo al Señor y en poner en obra lo que sabía que no podía hacer: Extender su mano. Entonces, la confianza o fe en el señor hizo el milagro.
Amigos yaracuyanos: Todo es posible con Jesús: la fe nos permite lograr metas que siempre habíamos creído inalcanzables, resolver vicios, problemas personales, tareas apostólicas que parecían insondables, terminar con defectos muy arraigados, etc.
Hoy debemos considerar, como cristianos, viviendo nuestra existencia ordinaria y corriente, en los detalles más sencillos, en circunstancias normales de una jornada habitual, debemos poner en juego nuestra fe, la esperanza y la caridad, porque aquí radica la esencia de la conducta de un alma, que cuenta con el auxilio de Dios, y necesitamos esta ayuda del Señor para superar nuestras incapacidades.
La fe es para vivirla, debe informar las grandes y pequeñas decisiones, y a la vez se manifiesta de ordinario en la forma de enfrentarse con los deberes de cada día. No basta asentir a las grandes verdades del credo, y tener una buena formación; es necesario vivirla, practicarla, ejercerla, se debe generar una vida de fe, que sea a la vez el fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo y del alma. La fe es algo referido a la vida, a la vida de todos los días, y la existencia cristiana.
Aparece como un despliegue de la fe, como un vivir con arreglo a lo que se cree, a lo que se conoce como querer de Dios para la propia vida. ¿Llevamos nosotros una vida de fe, que influirá en el comportamiento, y en las decisiones que tomemos?
El uso habitual de la virtud de la fe, en la vida cotidiana, se traduce en lo que normalmente conocemos como una visión sobrenatural, que es ver los hechos más corrientes o intrascendentes, en relación con el plan de Dios, sobre cada persona, en relación con su salvación y la de muchos otros, con la costumbre de andar en los quehaceres cotidianos, “Mirando al Señor con el rabillo del ojo”, “para ver si es aquel, el modo de cómo “Él desearía que hiciéramos las cosas”, o lo que es igual, adivinarle tras lo que la gente llama “azar o casualidad, y perseguir su huella por donde sea”.
La vida cristiana, no es una vestimenta o revestimiento externo, que cubre al hombre cristiano, ignorando su propia vida humana, la cual influye en su vida normal, transformando sus virtudes humanas, convirtiendo a este hombre en un ser humano honrado, ejemplar en su trabajo y en su familia, lleno de un gran sentido del honor y de la justicia, que se distingue ante los demás hombres con un estilo conductual que destaca: San Pablo en su carta a los cristianos de Filipo nos recuerda: “La lealtad, la veracidad, la reciedumbre, la alegría y cuánto hay de verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable, de encomiable”: ¡Hay que tenerlo en estima!
El teólogo Francisco Fernández, nos recuerda: “La vida de fe del cristiano le lleva por tanto a ser un hombre con virtudes humanas, porque es real su fe en sus actuaciones corrientes”.
No sólo se sentirá movido a realizar un acto de fe al divisar los muros de una iglesia, sino que se dirigirá a su Señor para pedirle luz y ayuda ante un problema laboral o doméstico, a la hora de aceptar contradicción ante el dolor o la enfermedad, al ofrecer una alegría, al continuar por amor un trabajo, al que estaba a punto de abandonar por cansancio, en el apostolado para pedir las luces de la gracia, para esas personas que pretende acercar al sacramento de la penitencia. Visión sobrenatural, cuando no se ven frutos, quizás porque se está realizando la primera labor en aquella alma y el “arado” que abre el surco y no ve la semilla, ni el fruto…
Ahora: ¡La fe, la esperanza y la caridad están continuamente en ejercicio! ante problemas y obstáculos quizás ya viejos ¡Y el Señor nos dice: extiende tu mano!
La fe no es una virtud para ejercerla sólo en unas cuantas ocasiones. O en momentos de prácticas de piedad, sino en el deporte, en la oficina, en medio del tránsito. Y mucho menos, como hacen algunos cristianos que reservan la fe para los domingos a la hora del precepto dominical.
La fe cristiana conduce a la reforma de nuestra propia vida, nos exige una continua rectificación de nuestra conducta, mejorando nuestro modo de ser y de actuar. La fe nos llevará a imitar a Jesucristo que fue perfecto Dios y perfecto hombre. A ser hombres y mujeres de temple, sin complejos ni respetos humanos, veraces, honrados, justos en los juicios, en sus negocios, en sus conversaciones. Las virtudes humanas son las propias del hombre en cuanto hombre y así Jesucristo las vivió en plenitud.
Hasta sus enemigos estaban asombrados del vigor humano de su figura. En una oportunidad le dijeron: ¡Maestro, sabemos que eres veraz y que no tienen respetos humanos y que enseñas el camino de Dios con autoridad!
Queridos amigos yaracuyanos: Examinemos nosotros hoy: ¿Con qué frecuencia hacemos realidad el ideal cristiano que informa y da un sentido nuevo a todo lo humano que realizamos, lo amplía y lo hace fecundo sobrenaturalmente y cómo examinamos los acontecimientos diarios?
